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Gramalote: otra mudanza, pero esta vez para quedarse

El sábado se cumplió el tan anhelado regreso de las primeras familias al nuevo pueblo.

El día del retorno de los gramaloteros a su nuevo pueblo, reconstruido en la vereda Miraflores, no tuvo un momento de reposo.

Desde la madrugada de ayer sábado se cumplió el hecho histórico del regreso a un pueblo que empezó tras seis años de espera y que tuvo una tarde fiestera, como las de antes.

A las 5 de la madrugada, Inés Monguí estaba alistando corotos y empacándolos en un camión prestado.

Su vecina en Santiago, María Monguí, también madrugó para por fin descansar en su casa, en el sueño propio, pese a que aún no está terminada la totalidad del casco urbano.

“Estoy contenta de poder irme”, dijo Inés, entusiasmada. “Viví en Santiago y en Tibú, pero ya estoy tranquila de tener mi casa”.

Ella fue la primera que llegó a descargar el camión, con los pocos muebles que guardaba. 

“Un bifé, la nevera, la cama y la ropita”, dijo poco antes de montarse al carro.

El ingreso triunfal se hizo sonando las bocinas, con niños corriendo por la plaza principal, mujeres sonrientes y hombres saboreando helados... y al son de la música en honor al pueblo.

“Gramalote, eres lo que yo más quiero”, decía una canción que a ritmo rumbero puso a bailar a la gente, como lo hicieron la carranga y la música en vivo, que los entusiasmó todavía más.

Conforme pasaba la mañana, la espera por los actos protocolarios llevó a los pobladores a agruparse en la plaza principal.

Mientras Inés terminaba de desempacar el colchón, se detuvo ansiosa ante la puerta, con las manos cruzadas sobre el pecho, a la espera “del señor Gobernador”.

Con el mandatario William Villamizar, llegó también Iván Mustafá, gerente del Fondo Adaptación. Y aunque en principio parecía una broma, se animaron a descargar tablas y a ayudar en la pequeña mudanza, mientras Inés sonreía.

“Le tocó la tragedia y la reconstrucción”, comentó alguien entre la gente, recordando que cuando el pueblo se destruyó, Villamizar gobernaba, y hoy acompañó el regreso.

Por su parte, Mustafá destacó los avances de obra, los 1.600 obreros que trabajan en el proyecto, y la meta de cumplir el cronograma con las 1.007 casas terminadas para diciembre.

“Es un traslado con las primeras 60 familias y la idea es tener 300 a mitad de año y 750 para el final”, manifestó.

Sin embargo, de las 54 familias anunciadas, llegaron menos de 20, que para el alcalde, Tarcisio Celis, son menos del 5 por ciento estimado, pese a que ya hay 96 familias con escrituras.

Para Celis, era previsible. Tal vez por esa “falta de condiciones”, él no estará despachando desde el Centro Administrativo Municipal.

Al contrario, estará un par de días de la semana en Miraflores “para no dejarlos abandonados” y el resto del tiempo en el centro de servicios Andrés Entrena Parra.

Otro motivo para no empoderarse definitivamente “es que la carretera todavía no está terminada, y le queda lejos a la gente del campo”.

Sin embargo, eso tiene sin cuidado a los pobladores; su principal preocupación es la reactivación económica y pensar de qué van a vivir, aunque hoy hicieron los primeros experimentos.

Algunos empezaron a vender pasteles, sombreros para el abrasador sol que por un momento rompió la frescura del cielo gris que parecía cargado de agua, y hasta alhajas.

Todos se mostraron complacidos por el avance de las obras, por la oportunidad de tener vivienda y por haber podido hacerse unos pesos con la llegada de sus antiguos vecinos.

Rubén Mendoza hizo de transportador, para traer y llevar a quienes lo necesitaban.

“El cambio se ha notado mucho, y para qué, pero sí hay avance”, dijo.

El renacer y el recuerdo

La misa católica fue y será una de las claves de la vida de los gramaloteros. De ahí, la importancia de que pronto construyan el templo, para rezar a la Virgen de Monguí y a San Rafael.

El sacerdote católico Nelson García dijo que se trabaja en estudios y diseños mientras se adecúa el lote de 6.400 metros frente a la plaza.

“Sabemos que no es posible tener una réplica de la iglesia, pero trabajamos para mantener el frontis con las torres, que permiten darle grandeza a la iglesia y evocar el templo”, explicó.

Internamente, comentó que se espera tener espacios funcionales, para lo cual no estarían las tradicionales tres naves sino un gran salón que permita a los feligreses un acceso cómodo.

Pero, mientras esto ocurre, también se espera que el pueblo avance después de tanto sufrimiento, tal como mencionó Víctor Ochoa, obispo católico de Cúcuta.

“Traje guanábanos para poner arbolitos de frutas, porque Gramalote debe dar mucho fruto después de tanto sufrimiento”, dijo. “Ver destruida la casa, sin ropa, sin muebles, sin las fotos, sin las porcelanitas, sin las cosas propias, ese sufrimiento debe producir bondad”, agregó.

En medio de la fiesta, Carmen Rosa Gómez Rodríguez sonreía bajo una carpa, pensando en las fiestas del viejo Gramalote.

“Allá me quedaba con mi esposo, que no alcanzó a ver el Gramalote destruido”, relató. “Eso era hasta que amaneciera”.

Lagrimeando y suspirando, pasa sus manos artríticas y adoloridas por el rostro, pensando en que su esposo no vio ni el viejo ni el nuevo pueblo, pues murió antes del desastre.

“Ya no quiero ni recordar ese día”, afirmó, antes de decir que vivirá con su nieto, que no la dejará desamparada.

 “Doy gracias a Dios y a la Virgen por haberme dado vida para ver el nuevo Gramalote”, dijo. “¡Ahora nos toca dejar el ventilador!”, y sonríe; por fin sonríe.

Pese a no tener aún su hogar, Cristopher Vargas señaló que era el día esperado.

“Este es el comienzo, y esperamos que culminen pronto las obras porque el sentir de la gente es de venir lo antes posible”, aseguró. “Eso implica ver renacer al pueblo, desde cero, con muchos desafíos porque para algunos es hasta más difícil asumir la construcción que la destrucción”.

El primero de esos desafíos es afrontar la soledad inicial, pese al jolgorio de este primer día. También, la falta de internet, que no está instalada siquiera en la Alcaldía, o la desilusión al añorar que el retorno fuera como la salida: unidos, como uno solo.

Pese a ello, la esperanza no se pierde, como señaló Marcos Peñaranda, integrante del equipo local de seguimiento a las obras, para quien este es el momento de volver a generar arraigo en los habitantes, “unos habitantes valientes que demostrarán que Gramalote va a renacer”.

El Gramalote que fue

En su himno, Gramalote tiene una frase que describe su historia: árbol de eterno florecer en un incansable y casi permanente retorno para renacer, reconstruirse para llegar a un nuevo comienzo, cada vez.

Según la historia, en octubre de 1857 don Gregorio Montes, dueño de las tierras al margen de la quebrada La Calderera, cedió sus terrenos para crear el caserío Caldereros, primer nombre del pueblo.

En 1864, Caldereros se convirtió en distrito en propiedad pero con el nombre Galindo, en memoria del militar liberal Teodoro Galindo, quien murió escapando al intento de tomarse el caserío.

Para la época gobernaba Manuel Murillo Toro, creador de la idea de imponer el nombre liberal para este pueblo conservador.

A principio de 1870, Caldereros creció y se trasladó por primera vez a Gramalote, en un desplazamiento traumático, marcado por enfrentamientos, que terminaron en 1880. 

Para 1888, con la nueva Constitución, se cambió el nombre por Gramalote, un pueblo que floreció tanto como el cultivo del café, uno de sus ejes económicos.

El antiguo casco urbano basó sus actividades en la caficultura, la ganadería y cultivos de pancoger, por un estrecho intercambio comercial con el sector rural. 

En su momento, fue zona de recreación por sus pozos, quebradas, senderos y miradores naturales, más una fuerte tradición cultural.

Para 2008 la falta de titularidad de la vivienda afectaba el acceso a créditos e inversión social, y según datos de la alcaldía, había un déficit de 126 viviendas que con la reconstrucción estarían cubiertas.

El reto del nuevo, muy nuevo Gramalote

Adaptarse una vez más al cambio es el reto de los gramaloteros que retoman la vida de un pueblo desde cero, aunque con la garantía de un sitio pensado para la gente y planificado para ella.

Así lo consideran quienes han participado en el proceso de la reconstrucción no solo física sino del tejido social, afectado por años de espera pero con la expectativa de que la sostenibilidad y las actividades socioeconómicas que llegarían inicialmente con el turismo permitan la reactivación total.

Para Carlos Rodríguez, coordinador de la reconstrucción por parte de la Gobernación, consolidar el nuevo pueblo implica actividades en el día a día de la vida en comunidad.

Reconocer distancias más largas que las del viejo Gramalote, con manzanas que rompieron el diseño cuadrado y se adaptaron al terreno para ser más alargadas; una ruta ecológica con zonas verdes y la riqueza de un recurso hídrico que permitió la construcción de puentes en el predio, así como la llegada a un lugar moderno y equipado con lo básico, son las características del nuevo casco urbano.

Para Rodríguez, algunos de los retos serán conservar esas áreas verdes, aprovechar un espacio público que antes no se tuvo, enfrentar los temores por una economía inexistente, un nuevo transporte, la dependencia del Estado y la reestructuración del estilo de vida tras la evacuación hace seis años. 

Por su parte, el alcalde Tarcisio Celis expresa que el pueblo recoge el interés de muchas familias y no teme por la adaptación de los gramaloteros a las circunstancias.

“La ingeniería y arquitectura son profesionales, y lo que hace falta es terminarlo. Lo que hay está ajustado a las necesidades de la comunidad”, dijo. Y agregó:  “Gramalote es un modelo de equidad en el que quienes no tenían nada, hoy gozan de un espacio propio”.

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Helena Sánchez
Sábado, 11 de Marzo de 2017
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