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Región
La incómoda y altísima bandera del Eln en El Tarra fue bajada
Tras el acordonamiento del lugar, que duró un hora, el estandarte de la guerrilla cayó en 10 minutos.
Miércoles, 25 de Mayo de 2016

Bastaron menos de 10 minutos para que tres meses de empoderamiento simbólico del Eln se perdieran en un rápido vuelo desde la punta de una antena de telefonía celular hasta el cálido y polvoriento pavimento de una calle de El Tarra.

En ese lapso, y al amparo de unos 50 soldados de la Fuerza de Tarea Vulcano, un uniformado se trepó rápidamente por la sólida estructura de lo que antes era la mejor herramienta de funcionamiento de las llamadas en el casco urbano, para quitar en un santiamén la bandera de la subversión.

Aunque el desmonte fue veloz, el protocolo para proceder no tuvo la misma celeridad, porque el acordonamiento del sector duró más de una hora, con la vigilancia constante de la comunidad asomada, discretamente, a la espera del desmonte, o de un desenlace fatal.

La expectativa por el silbido del eventual disparo de un francotirador, o un impacto silencioso que desplomara un cuerpo, contenía la espera de los dueños de los establecimientos de reparación de motos y tiendas del sector.

En principio, no se entendía mucho el porqué de la llegada de los soldados, pero conforme se ubicaron en inmediaciones del lote se entendió cuál era el objetivo militar.

“¿Para qué la bajan, si mañana vuelve a amanecer ahí?”, dijo alguien en un rápido análisis, mientras la gente alzaba el cuello para divisar ese punto alto y devolvía la vista a los soldados, con pesimismo estampado en los rostros, dudando del logro de su cometido.

Durante más de una hora, dos cuadras la calle principal del centro de El Tarra estuvieron en absoluto silencio, y solo esporádicamente se escuchaban algunas voces cuestionando qué objeto tendría hacer un ingreso de tal magnitud por una bandera.

Los carros y las motos eran desviados para evitar cualquier tránsito frente al lote abandonado en el que está la antena, en el barrio Primero de Enero.

“Esa era la única antena que funcionaba bien”, comentaron algunos habitantes, recordando que fue quemada y, por temor, no se volvió a utilizar.

“Hasta de pronto la pueden desmontar y vender las partes, o reubicarla. ¡Quién sabe!”, comentó un hombre aferrado a la reja de su casa, que solo salía por momentos a ver en qué iba la operación.

“Señor, la vía está cerrada. Por favor, colabore por el otro lado”, indicaban los soldados una y otra vez, ante la llegada de una y otra, y otra, y decenas de motos que pasan a diario por la zona.

Solo los niños rompieron momentáneamente el estricto cierre, haciendo maromas con sus bicicletas y con los ceños fruncidos tratando de arriesgarse más con las piruetas.

El silencio seguía imperando, hasta que a las 9 de la mañana, una esponjosa humareda amarilla se levantó de la nada.

El soldado subió, custodiado por un vaho que se desvaneció en su escalada, mientras abajo algunos curiosos destacaban que “¡esa es mucha habilidad pa’ trepar!”.

No alcanzaron a pasar cinco minutos para que la bandera cayera, y otro soldado la preservara.

En seguida, con zancadas largas y rápidas la llevó dos cuadras más adelante, a donde nadie la viera, para sacarla discretamente, enrollada, sin chistar.

El andar de la gente y el rugido de una moto devolvieron a la gente a la rutina diaria: la del trajín para ganarse la vida y esperar que, un día cercano, la antena sirva y las llamadas no se caigan de lo que hoy no es más que una muy cara asta para banderas.

Helena Sánchez | Enviada especial a El Tarra

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