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Los arrieros están en vía de extinción en la zona del Catatumbo
Así fue como se dio el desarrollo en esta zona: a  ‘lomo de mula’, y en ocasiones, pareciera que continúa así.
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Martes, 6 de Octubre de 2020

Aquellos campesinos con perrero en mano como si fuesen directores de orquestas, forjadores del progreso y el bienestar, están a punto de desaparecer de los pintorescos paisajes del sector agropecuario en la zona del Catatumbo.

La figura de esos labriegos de típico atuendo con alpargatas, sombrero de lata, carriel terciado y machete al cinto se diluye en la memoria de los habitantes de la región ante el galopante paso de la tecnología.

A lomo de mula cabalgó el desarrollo económico atravesando montañas, pasando riachuelos y cañadas para dejar una huella imborrable en la memoria de la gente.

“Mi papá, Ángel María Quintero, fue arriero y trabajó en la apertura de la carretera Ocaña-Cúcuta a pico y pala, siguiendo las trochas dejadas por recuas cargadas de café y regresaba con mercancía”, manifiesta el abogado Gabriel Quintero.

Asegura que los solares de las viejas casonas aún guardan las estructuras de las pesebreras a donde llegaban con los víveres. “Santa Ana, cerca al mercado era la terminal; mientras los campesinos se limpiaban el sudor de la frente, los comerciantes comenzaban a abastecer locales de productos frescos para la canasta familiar”, agrega.

Humberto Figueroa, morador del barrio Villanueva de Ocaña, señala que durante su niñez era todo un espectáculo observar el paso acompasado de los animales cargados con productos agrícolas.

“La llegada del vehículo, luego de la ampliación de las carreteras ha mejorado el transporte, ahora vemos el paso de un labriego con su burro trayendo alimentos a la ciudad”, agregó.

Arriar es un arte

Iván Pérez Pabón de 47 años de edad, manifiesta que toda la vida ha sido arriero, un oficio que aprendió de sus abuelos quienes un buen día le mostraron el camino de herradura para ganarse el pan de cada día.

“Muevo carga desde joven, arriar mulas es un arte, es un trabajo seguro, salgo a las cinco de la mañana para recolectar los productos en las fincas y cobro 12 mil pesos carga de 120 kilos por bestia. Así he levantado a mis 6 hijos que me siguen los pasos”, agrega.

“Como todo en la vida hay momentos de alegría y otros de dificultades. Cuando las mulas se caen, toca descargarlas y acomodar mejor para seguir el viaje”, señala Iván quien solo aprendió a firmar.

Por su parte, Leidy Pérez Suárez estudia administración pública en la ESAP y se siente orgullosa de ser hija de un arriero. “Si los niños quieren ser arrieros, los apoyo ya que es un oficio noble para surtir de alimentos a las grandes urbes”, precisa.

‘Solo se hace camino al andar’

Cleofe Javier Pérez Pabón menciona que cuando niño observaba la manera en que los arrieros con cotizas y alpargatas se alistaban para emprender un largo viaje a través de las montañas. Sus tíos arriaban hacia El Carmen y el sur del departamento del Cesar.

Eran largas faenas, llevaban avíos, hacían estación, bajaban la carga porque oscurecía y corrían el peligro de un accidente.

Las amas de casas preparaban bollos de masa, huevos criollos cocidos y salmón. El café lo llevaban en frascos, agrega.

Hacían una pausa al mediodía a la orilla de una quebrada y hágale. Atravesaban cañadas a lomo de mula, muchas veces peloteaban por lo escarpado del terreno y se convertían en improvisados veterinarios.

Iban por toda la cordillera desde El Palmar hasta llegar a Aguachica sur del Cesar. “Vendían las cargas de café y con ese dinero compraban pescado, panela, arroz, sal, azúcar. En los aperos y enjalmas encaletaban la plata sobrante. De regreso tomaban bolegancho y guardaban los ahorros debajo del colchón o en los baúles. “Eran otros tiempos”, exclama Cleofe Javier.

Arriería en zonas apartadas

La adecuación de las vías terciarias ha facilitado el transporte y comercialización de los productos agrícolas en los municipios de la provincia de Ocaña y solo se observa a unos cuantos campesinos sacando la carga hacia las plazas de mercado.

El coordinador de la oficina de Desarrollo Rural, zootecnista José Luis Amaya Pérez, manifiesta que la única zona donde se mantiene viva la arriería es el corregimiento de Otaré donde se desarrolla un trabajo articulado con recursos de Cooperación Internacional.

Ante la dificultad de transportar los productos agrícolas desde las zonas de alto riesgo, se formuló un proyecto encaminado a revivir esa modalidad de transporte que aún está vigente en los corregimientos de Otaré y El Palmar.

Cuentan con dieciocho mulas y dos yeguas para transportar los productos agrícolas mediante un convenio gestionado ante la Agencia de Cooperación Alemana, GIZ y Ambero.

En total son 87 labriegos beneficiados de ambas veredas porque los habitantes no tienen acceso vehicular. 

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