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‘Más allá de las vías de hecho está el diálogo’

Durante el tiempo que estuvo en cautiverio, el comunicador social les enseñó a leer a algunos de los guerrilleros que lo custodiaban.

Dos meses en poder de la guerrilla del Eln y dos años en el exilio, por cuenta de las amenazas que se mantuvieron luego de su cautiverio fueron más que suficientes para que Javier Eduardo García Rangel se convenciera de que nadie más en Colombia debería sufrir la crueldad y la dureza del conflicto que por décadas ha azotado al país.

Y es que apenas unos cuantos meses después de haber empezado a ejercer su profesión como comunicador social en una de las zonas más convulsionadas de Norte de Santander, el Catatumbo, García tuvo que vivir en carne propia lo que es la guerra en este golpeado y abandonado lugar.

Una tarde de septiembre de 2008, mientras adelantaba trabajo de campo con las comunidades del corregimiento El Aserrío, en Teorama, y recogía algunas entrevistas para el periódico y el programa de radio que tenía Ecopetrol, la empresa a la cual estaba vinculado como contratista, fue retenido por guerrilleros del Frente de Guerra Nororiental, en compañía de la ingeniera Yamile González.

Una experiencia que hoy, 10 años después, asegura que jamás pensó vivir, pues como muchos colombianos, estaba seguro de que el conflicto nunca lo tocaría.

Sin embargo, fue así. La zozobra que por años han enfrentados miles de catatumberos, quienes tuvieron que acostumbrarse a vivir en medio del sonido de las balas, las minas y el miedo, también la tuvo que experimentar él.

Javier recuerda que su secuestro se convirtió en una medida de presión y de recriminación a la vez, por parte del grupo guerrillero hacia Ecopetrol, por el incumplimiento de unas obras que la empresa se había comprometido  a desarrollar en favor de las comunidades de la zona.

Según informó en su momento la dirección del Frente de Guerra Nororiental, dichos compromisos tenían que ver con la construcción de un puente para comunicar al corregimiento de San Juancito con El Aserrío, la dotación de varios puestos de salud y el arreglo de varias carreteras veredales.  

Hoy, García no sabe si finalmente estas obras se concretaron, si la comunidad las sigue reclamando o si la guerrilla volvió a hacer nuevas exigencias a la petrolera.

De lo que sí se lamenta es que él haya tenido que pagar con su libertad durante casi dos meses para que el Estado cumpliera con una obligación “que no se debe mendigar, ni que se debe exigir mediante las vías de hecho”.

“Esta es una experiencia que le cambia a uno la vida. Tuve muchos momentos de depresión, lloraba mucho, la soledad me marcó. Permanentemente sentía miedo de que pudiera morir, porque la persecución era constante por parte del Ejército y estábamos en medio de ese fuego”, asegura García.

‘Ese no es el camino’

Luego de que forzosamente tuviera que pasar a engrosar la larga lista de víctimas que ha dejado un conflicto que persiste a pesar de los esfuerzos por alcanzar la paz, especialmente en regiones como Norte de Santander, Javier Eduardo García Rangel dice estar más que seguro de que la salida tiene que ser, sí o sí, el diálogo y no las armas.

“Estos 10 años que han pasado de mi secuestro me han llevado a pensar y a reflexionar sobre que, a pesar de que algunas decisiones no han sido las mejores, sí podemos construir un país con normas de convivencia que nos lleven a la paz”.

Para el comunicador social, en el Catatumbo y en general en esa Colombia rural llena de necesidades, pero abandonada por el Estado y los gobiernos de turno, el principal combustible de la guerra ha sido la falta de oportunidades.

“Mis secuestradores, por ejemplo, eran de las mismas zonas rurales de por ahí y estaban tan, pero tan convencidos de la guerra, de que ese era el camino y de que solo por esa vía iban a llegar al poder, por el mismo abandono de sus territorios”, recuerda.

Su tesis la refuerza con algunas de las experiencias que vivió en esos días que estuvo en cautiverio, pues cuenta que después de que ya lograron romper el hielo con  los guerrilleros que los estaban custodiando, no solo intercambiaron historias, sino que hasta les enseñaron a leer a algunos de ellos que no pudieron ir nunca a la escuela.

“El problema del Catatumbo es un problema de nunca acabar, porque la zona es tan rica y bonita ambientalmente, pero mientras persista el negocio de la droga, la falta de inversión, el deterioro de las vías y el abandono de las comunidades, se acaba cualquier posibilidad de progresar”, dice, al tiempo que asegura que en un escenario como este, seguirán presentándose situaciones como la que vivió él, en las que la violencia se convierte en el único camino para reclamar.

Por esa razón, Javier García insiste en que al igual que sucedió con las Farc, el camino para encontrar una salida a lo que están viviendo hoy las comunidades en el Catatumbo, es poder llevar a feliz término la negociación de paz con el Ejército de Liberación Nacional y de esta manera lograr que la atención del Gobierno se pueda concentrar en lo que por décadas han reclamados los habitantes de la zona: inversión social.

“Para mí, más allá de las vías de hecho está el diálogo.  Lo que no se puede arreglar con bala se arregla con palabras. Estoy plenamente convencido de que todo esto es un proceso y de que la firma del acuerdo de paz con las Farc fue nuestra graduación del kínder. Para llegar a ese título profesional que es la paz del país nos faltan todavía otras dos etapas, la primaria y el bachillerato, y por eso, todos tenemos que ayudar al país a salir graduado”, concluye Javier, quien tras su regreso a Colombia siguió recorriendo departamentos ejerciendo su labor como comunicador y teniendo contacto directo con muchas poblaciones necesitadas que sueñan con una nueva oportunidad.

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Lucy Araque
Lucy Araque
Sábado, 17 de Noviembre de 2018
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