Yuleima García, presidenta de Sintragasolina, espera que este miércoles, Día del Trabajador, se movilicen unos 200 vendedores informales de gasolina, de los 546 que actualmente están activos de una base de datos de 1.080.
“Con embudos, camiseta blanca”, y un mensaje al unísono saldrán a las calles de Cúcuta: “estamos presentes, necesitamos soluciones, y estamos unidos para exigirlos”.
Y es que la situación para los pimpineros cada día es más compleja, por cuenta de una lucha estatal contra la ilegalidad y el contrabando, que no se resuelve mientras el gobierno siga negando soluciones para la formalización y la estabilidad económica de este grupo.
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Para García es innegable que en Norte de Santander más que recursos, falta voluntad política para lograr que estos vendedores salgan de las calles como es su deseo, en condiciones dignas y útiles para la sociedad.
“Con la reconversión sociolaboral que se dio, no pasó nada”, dice. “Son recursos que se invirtieron, se dieron algunas acciones, pero no se está cumpliendo ni con las metas planteadas ni con las expectativas de los trabajadores”.
Su idea, y la de los pimpineros era tener un trabajo estable, “que nos permitiera llevar el sustento desde la formalidad, pero eso no se está dando, y el nuevo gobierno no está mostrando ningún interés para revisar estos procesos”.
A la incertidumbre por falta de respuestas, se suman los temores por estar expuestos a diversos riesgos, que ya dejan varias personas asesinadas por el no pago de extorsiones.
Además, la competencia que de venezolanos afecta aún más sus garantías laborales, en tanto que se perjudica el espacio público, pues por ejemplo, en sectores en los que antes había siete puntos fijos de venta, “ahora hay como 40”.
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“Como sindicato, hemos llegado a acuerdos para despejar vías principales y barrios, pero ellos (los inmigrantes) se han ubicado en algunos puestos que se habían abandonado”, con precios más bajos que llevan a los sindicalizados a incumplir algunas normas que tienen, como no exponer carteles con los precios de venta.
Mientras los pimpineros colombianos venden a 6.500 pesos el galón, los venezolanos pueden hacerlo hasta a 6.200 pesos, lo cual marca una diferencia notable, en una ciudad con una economía golpeada y en la que cualquier peso es ganancia.
