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Una noche de gallos en Cúcuta

La Asamblea de Norte de Santander prohibió la participación de menores de edad en eventos relacionados con  maltrato animal.

Diez mil pesos cuesta la entrada por persona, que le da derecho a una ficha numerada, la cual corresponde a una silla plástica, en primera fila. Pero, si solo paga la mitad, tiene que abrirse espacio entre los excitados espectadores.

La puerta se abre desde la 7:00 de la noche y una mujer junto a un joven, que parece su hijo, son los encargados de recolectar el dinero. Son amables en el trato, pero nadie pasa sin pagar, porque el dinero recolectado hará parte del premio ‘gordo’ de la noche (un bulto de maíz, un chivo, una novilla o efectivo contante y sonante).

Al entrar, pareciera el amplio solar de una casa, encerrado en tablas verticales enterradas en la tierra, sin afán de estética y de evidentes desigualdades.

El olor del humo del cigarrillo se mezcla con el de una parrilla ardiente donde reposan tentadores chorizos, pinchos, carne asada o pasteles para la venta. A la vez, la música pachanguera y norteña revienta entre las voces, los gritos y los lamentos que cada media hora estallan los ganadores o perdedores.

Mesas con asientos regados por todas partes, un amplio lavadero, un tablero de tiza (dividido en columnas), una balanza con un extraño embudo de metal y unas 50 jaulas para aves amontonadas, hacen parte del mobiliario alrededor del espectáculo central.

“Bienvenidos a la gallera El Salado”, dice un aviso hecho a mano y en pintura roja, donde cada sábado alrededor de 100 personas, sin distinción de edad adulta y menos de sexo, se dan cita para salir de la rutina y disfrutar de una noche de picotazos, espuelas y adrenalina.

Aunque para algunas personas es un espectáculo de maltrato animal, cruel y vicioso, para los aficionados se trata de un acto cultural, ancestral y tan milenario como los toros. Una tradición que ha atravesado los continentes y se refleja incluso en la literatura como en Cien años de soledad.

Un redondel, construido en cemento y color naranja, es el escenario central bajo dos luminarias fluorescentes. Una plaza taurina en versión miniatura, donde no cabe la elegancia, una bota con manzanilla o un puro, pero priman las apuestas y la palabra empeñada.

Selección

Para iniciar la noche, los galleros (personas expertas en la cría de gallos de pelea), inscriben su nombre o el de su animal ocupando las columnas del tablero en cualquier orden. De manera honesta, deben escribir una P si se trata de un pollo (primera vez que pelea), una G si es un gallo (con experiencia) o una T (cuando es tuerto).

Después, viene lo más importante que es anotar el peso del animal porque, como en el boxeo, los gallos tendrán que medirse a un contendor de similar corpulencia. La clave: un mismo peso, altura y experiencia o defecto, en el caso de ser tuertos.

Para ello, se utiliza el embudo en la balanza. Allí, los gallos entran de cabeza con las patas hacia arriba para tomar su peso exacto y verificar que las espuelas correspondan a un novato o a un curtido gallo de pelea (los expertos lo saben por medio de las callosidades).

Para ‘cazar’ una pelea no es necesario conocerse entre galleros o principiantes, no hay preferencias. Propios o foráneos pueden ofrecer sus gallos.

Cuando los contendores son seleccionados y aprobados por sus dueños, pasan a la montura de las afiladas y mortales espuelas de carey, que son alquiladas en el sitio para evitar trampas.

Para sujetarlas, basta una lima, una tira de esparadrapo y cera de vela derretida. Cada gallero se toma su tiempo para ponerlas de manera cuidadosa y ajustarlas debidamente a la pata del animal.

La principal apuesta es entre los dueños de los gallos, que puede ir desde $100.000 hasta los millones que aguanten los bolsillos. La ganancia será siempre el mismo valor de lo apostado. Es decir, la plata se duplica, aunque se descuenta un porcentaje para el juez de la contienda.  

Cuando el dinero de la apuesta no está completo, los galleros recurren a conocidos para que los acompañen y en caso de ganar obtendrán su debido dividendo.

Antes de iniciar la pelea, los gallos son presentados en el redondel y se abren las apuestas para el público en general.

A simple vista, cada quien saca sus propias conclusiones sobre el gallo más fuerte e intimidante al ser careados frente a su rival.

Muchas veces, cuenta un buen corte en el plumaje (sobre el dorso o el pecho) o los colores de las plumas, que hablan sobre la casta del gallo o su criador. También, el prestigio o goodwill ganado por peleas sin perder.

El público puede apostar desde $10.000 en adelante, con quien quiera. Solo debe gritar la cifra y el gallo al que apuesta. El interesado lo mirará a la cara y le dirá “vamos”. Eso es todo.

Luego, el juez retira un plástico que recubre las espuelas y las introduce en un limón. Ello, según la filosofía gallera, eliminará cualquier veneno impregnado.

Y comienza la pelea

Y por fin arranca la pelea. Cada dueño suelta su gallo y sale apresurado del redondel. Son 12 minutos reglamentarios contados por el juez en un reloj convencional.

En este tiempo, cada animal, de manera irracional, lucha desesperadamente por no dejarse tumbar y en cada salto trata de clavar la espuela a su contendor. El aleteo es interminable e inminente el riesgo de quedar ciego ante una mala patada.

La muerte puede llegar de manera inmediata por una espuela clavada directamente a la cabeza, el pecho o el pulmón. Pero, si el gallo cae y no muere tiene un minuto para levantarse, contado en un reloj de arena.

Cuando el animal deja de pelear, se arrincona y no pica, pierde. Pero, si ninguno deja de luchar hasta acabar el tiempo, hay un empate que llaman “tablas” y nadie gana. En este último caso, los animales salen aporreados y sus dueños pierden el ‘cuido’, que es el entrenamiento y tiempo dedicado.

Pero, al haber un gallo ganador, el dueño lo levanta orgulloso entre sus manos y pasa a cobrar su ganancia, al igual que el resto de apostadores.

El gallo muerto, aporreado o tuerto es llevado al amplio lavadero donde es bañado y retirada la sangre y las espuelas. En algunos casos, sale de la gallera rumbo a una olla de sancocho, pero en otros son abandonados o van directo a la basura.

El premio ‘gordo’ de la noche se lo lleva el gallo que en menos tiempo (a veces hasta segundos), venza a su rival.

Así termina una noche de gallos, acompañada de unas cervezas frías o de un aguardiente helado.  La siguiente cita será en la misma u otra gallera, de las cuales no hay una cifra exacta en la ciudad, puesto que muchas no funcionan con regularidad y prefieren la clandestinidad para evadir el pago de impuestos.

En Colombia este tipo de espectáculo fue validado por la Corte Constitucional y existe una Federación Colombiana de Criadores de Gallos de Combate.

Algunas palabras claves

Gualero: apostador que no paga una apuesta. Este es rechiflado por los asistentes a la riña y sacado de la gallera definitivamente.

Corrido: gallo que huye.

Embotar: poner una bota o guante sobre la espuela cuando entrenan a un gallo.

Emplumar: periodo en el que el gallo cambia de plumas.

Culimbo: gallo sin cola.

Basto: gallos sin casta y que poco pelean.

Careo: incitación al combate hecha por los galleros o los jueces.

Pata pioja: postizo que le ponen a los gallos sin espuelas.

Pulmonazo: espolazo que recibe el gallo en el pulmón y lo hace vomitar sangre.

Golpe de vista: golpe que priva al gallo momentáneamente.

Golpe de vaca: espolazo que recibe el gallo en el pecho y le llega hasta el corazón.

Pasadera: golpe que recibe el gallo en los ojos produciéndole perdida de la visión.

Pasajera: cuando el pollo queda ‘loco’, pero vuelve a la pelea.

Morcillera: espolazo que recibe el gallo a los lados del pescuezo o arriba del buche, formando hematomas.

Cinco chorros: espolazo que recibe el gallo que lesionan los vasos auxiliares.

Pulmoniado: espolazo en el pulmón y el gallo muere ahogado.

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Hugo González Correa
Sábado, 5 de Noviembre de 2016
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