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Venezuela
La historia de un venezolano que volvió a 'la cola'
La crisis económica se agudiza con el paso de los meses, la inflación camina a “paso de vencedores”.
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Leonardo Favio Oliveros Medina
Leonardo Favio Oliveros
Sábado, 27 de Febrero de 2016

Que una carrera mínima de taxi pase de 80 bolívares, en julio del año pasado, a 300, en febrero, es ejemplo del duro golpe que recibe el bolsillo del venezolano, quien gana un salario mínimo mensual de 9.649 bolívares (a partir del 1° de marzo será de 11.577 dado el reciente aumento del 20%, decretado por el presidente Nicolás Maduro a la par del alza de los precios de la gasolina).

Esa fue la realidad con la que choqué hace dos semanas, cuando por fin pude pisar mi país, luego de seis meses del cierre de la frontera. Me encontré con un panorama que no sentía tan crudo cuando mi mamá y mis hermanos lo describían a través del hilo telefónico.

Después de esos 192 días, vi el monstruo de la hiperinflación (180,9% anual) que impera en la tierra del libertador Simón Bolívar, en la que ahora sus habitantes viven esclavizados bajo crueles y largas colas para conseguir los productos de la canasta básica.

Un paseo por el majestuoso cerro Waraira Repano o El Ávila, en Caracas; a las acogedoras playas del estado Vargas, a ese frío lugar turístico El Junquito o a cualquier otro lugar cercano era un placer del cual podíamos disfrutar hace dos años quienes habitábamos la capital de Venezuela. En el interior del país también había tiempo y solvencia económica para recrearse, a pesar de la crisis que golpeaba desde hace algún tiempo al país.

El domingo aún solía ser para el venezolano, un día en el que se hacía mercado en las primeras horas de la mañana, para luego destinar el resto al descanso y a la recreación. Incluso, el expresidente Hugo Chávez, un año antes de fallecer en 2013, impulsó una nueva Ley Orgánica del Trabajo que sumó el sábado como día no laborable para que el ciudadano dedicara más tiempo al entretenimiento y otras actividades.

Esa pretensión del líder de la llamada revolución bolivariana quedó en el papel, y no porque no se respeten los dos días de descanso a los que tiene derecho el empleado, sino debido a que la difícil situación, por la escasez de los productos básicos y los altos precios de los alimentos, han llevado a los venezolanos a “hacer turismo” por los supermercados no solo los domingos, sino cualquier día de la semana, en búsqueda de lo que ahora vale oro, y no exactamente por su costo monetario: la harina, el azúcar, el aceite, la leche , el café, entre otros.

Volví a mi maltratada Venezuela, luego de tramitar el respectivo permiso para cruzar esa línea limítrofe que divide por pocos metros dos estilos de vida muy alejados; hasta preso se siente uno por esta zona fronteriza, pues si se entra al país la única manera de salir es con un salvoconducto médico o laboral o un boleto aéreo que use a Colombia como puente a otro país.

Desde hace más de un año, cuando dejé Venezuela en busca de oportunidades de progreso, acostumbraba a viajar una vez al mes a Venezuela por mi familia, pero no pude seguir haciéndolo desde el 19 de agosto, día de la clausura de los puentes internacionales que comunican el estado Táchira con Norte de Santander.

El paisaje económico pasó de oscuro a más oscuro desde esa fecha: más colas, más preocupación y desesperación por conseguir comida, medicinas y por los precios que vuelan. Una botella pequeña de agua ya no cuesta 30 o 40 bolívares, su precio ahora es de 100 bolívares; con un billete de 100 se compraba una café, su valor ahora está entre 200 y 300; y un almuerzo, que valía 400 bolívares, hoy  está por encima de los 700 bolívares en el restaurante más económico. Que un cartón de huevos cueste 1.200 bolívares es un gancho al hígado, ese fue el precio que me dieron en el mercado de Chacao.

En Caracas, la cuna del Libertador, la situación no es diferente a la del resto del país, sin importar que sea la capital y la ciudad que concentra la mayoría de empresas. El difunto ‘comandante supremo’, como le dicen a Chávez sus adeptos, vociferaba que su revolución marchaba “a pasos de vencedores”, pero lo que ahora camina a ese ritmo es la inflación.

El domingo pasado, junto mi madre y un hermano me levanté temprano para ayudarles a buscar los productos regulados. Las expectativas por comprar lo tan anhelado eran buenas. Sin embargo, no tuvimos suerte, visitamos tres supermercados en el este de Caracas y volvimos a la casa con las manos vacías, pues en los anaqueles no había lo indispensable para la mesa.

Lo que se escucha en las largas colas son quejas y más quejas por la crisis que se vive, críticas contra el gobierno nacional venezolano y nunca falta uno que otro que aún cree en “el hijo de Chávez”, como el mismo Nicolás Maduro se bautizó.

Indignación me causó ver, ante un río de gente en las afueras del Gran Abasto Bicentenario de Terrazas del Ávila, un grupo de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) con equipo antimontín, apostado para resguardar el orden, que le daba un agregado más espeluznante al espectáculo deprimente que se dibujó esa mañana del sábado 20 de febrero. Madres con bebés en brazos, personas de la tercera edad, niños y adultos viven casi de la misma manera el viacrucis por comprar lo básico y a bajos precios.  

La arepa es preparada y llevada en viandas por quienes madrugan para pararse a las puertas de los comercios, el dinero debe ahorrarse para la compra del mercado; otros llevan sillas para hacer más cómoda la desesperante espera; algunos se atavían con gorras o sombrillas, pues por estos días un candente sol también es su fiel acompañante durante el día.

Parece que la sociedad venezolana se encuentra somnolienta por la escasez, los venezolanos viven pendientes de dónde pueden hallar lo que necesitan en su plato; algunas veces se arriesgan a perder su tiempo en las colas, aguardando los camiones que abastecen los supermercados, para ver si logran comprar algo.

Quienes se encuentran en varios de esos periplos inician conversaciones que giran en torno a los comercios en donde hubo mercancía durante la semana. Se ha vuelto normal o pareciera que ya están acostumbrados a vivir en medio de las largas colas.

Esa morfina que la crisis ha inyectado al ciudadano lo ha vuelto inactivo ante otras circunstancias que en el pasado generaron revoluciones populares. Ese es el caso de ‘El Caracazo’, hace 27 años, cuando el presidente Carlos Andrés Pérez sintió una fuerte sacudida en su silla, como consecuencia del aumento en los precios de la gasolina del 30% cuando el país atravesaba una inestabilidad económica, generando un conjunto de protestas y saqueos que dejaron centenares de muertos.

Hace dos semanas y después de 20 años, Maduro incrementó el litro de gasolina de 91 octanos a 1 bolívar (1,328%) y la de 95 octanos a 6 bolívares (6,085%). Al otro día, en las calles de Caracas todo era normal, no hubo pataleo, la gente solo se preocupaba por poder encontrar los alimentos y medicinas o aquello que necesitasen y que está en vía extinción. De muchos productos o marcas solo quedan los recuerdos.

Regresé a la hermana república Colombia con más dolor de patria y rogando para que la situación no se agudice aún más, pues mi gran preocupación es el bienestar de mi familia. Hoy los venezolanos lamentamos no haber seguido el pensamiento del ilustre coterráneo Arturo Uslar Pietri, quien cumplió 15 años de fallecido el viernes, y esa frase que retumba: “sembrar el petróleo”.

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