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Vida
‘Secretear’ para curar males, un oficio que se inmortaliza
En Norte de Santander aún se ven estos veteranos curanderos que sanan desde esguinces, mal de ojo y hasta niños ‘descuajados’.
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Katherine Villamizar Leal
Sábado, 16 de Febrero de 2019

Hace más de cuatro décadas ser curandero era la moda de hombres y mujeres que descubrían o heredaban el don de secretear para aliviar enfermedades, que antes la ciencia no tenía explicación.

Por pueblos y barrios más antiguos de Norte de Santander aún se puede encontrar uno que otro de estos médicos empíricos, que en su gran mayoría, ya superan los 70 años.

Los curanderos y sobanderos se han convertido para la sociedad en seres de gran sabiduría con habilidades casi mágicas.

Estos personajes sanan desde esguinces, nudos de tendones, mal de ojo y hasta niños ‘descuajados’.

No tienen consultorio y en algunos casos ofrecen sus servicios a domicilio. El pago es voluntad del paciente y cuando no hay plata reciben productos de los campesinos.

Para algunos, el cuerpo humano no es el límite pues pueden curar enfermedades de animales, especialmente de perros, gatos y ganado.

La fe es el mejor aliado de los curanderos y sobanderos, pues muchas personas acuden a ellos con los ojos cerrados.

Quedan muy pocos 

Arboledas es prueba de que la tradición en los pueblos ya está desapareciendo, allí ya solo quedan tres curanderos.

Uno de ellos es Vicente Contreras, de 86 años, quien desde hace más de cuarenta  empezó a explorar este talento que, según él, aprendió de su papá.

“Yo aprendí poniéndole cuidado a mi papá  y sobando también a tronchados y descuajados”, cuenta.

En ese entonces, el acceso a puestos de salud era nulo.

Don Vicente, como le dicen en el pueblo, es de la vereda El Volcán, pero hace más de cinco años vive en el casco urbano, a donde llegan sus fervorosos pacientes, incluso de otras veredas.

No tiene descanso, dice, pero es feliz haciéndole el bien a las personas.

Aunque no le pone precio a su trabajo, todos los días recibe sus pesos, pues no hay día en el que no llegue alguien a buscarlo. 

Aunque nunca ha tenido problemas con nadie, ni siquiera médicos que cuestionen sus saberes, don Vicente tiene una particularidad.

Su casa, que ahora es su consultorio, está frente al hospital del pueblo y a pensar de que los tiempos han cambiado, la gente no deja de acudir a él.

“Todos los días vienen personas, el domingo vienen más, pero eso es parejo, gente del campo y del pueblo”, dice.

Además de ser curandero y sobandero, es partero. En su vida ha atendido 15 partos y todos han sido exitosos.

“Gracias a Dios todos los que atendí salieron bien, hasta las madres primerizas que dicen son más difíciles”, cuenta.

Antes de empezar cualquier curación o tratamiento, se encomienda a Dios y procede a hacer tres cruces con su mano.

Lo más pedido 

Sin embargo, lo que más atiende son descuajados y tronchados.

Después está el mal de ojo, que ante el concepto médico no existe.

Según don Vicente, este es un mal que no solo ataca a los bebés, sino que afecta a las personas que tienen la sangre débil.

Aunque él no logra identificar qué persona tiene la sangre débil a simple vista, sus rezos y oraciones son efectivas, pues todos sus pacientes se han curado.

Por sus manos han pasado más de mil personas, y aunque es un hombre de pocas palabras, logra ganarse el cariño de todos sus clientes.

Lo máximo que le han pagado por uno de sus servicios es 20.000 pesos, pero el no se molesta cuando alguien que necesita de su ayuda no tiene dinero para pagarle.

“Algunos llegan a veces con panelitas, plátano o yuca, es lo que tengan, la voluntad de darme”, dice.

Don Vicente también reza a los animales, especialmente para el mal de tierra en el ganado, una enfermedad viral que les genera llagas en la boca, patas y ubre.

Incluso asegura que este mal también se produce en los seres humanos.

Todo es fe

Rosana Díaz tiene 89 años y lleva más de cuarenta haciendo oraciones de sanación a las personas que acuden a ella, considerándola como una curandera.

Aunque no cree que exista el mal de ojo o que las personas se “descuajen”, recibe a todos, sugiriéndoles primero que vayan al médico.

Cuando acuden por mal de ojo, cuenta, es porque el niño está ardiendo en fiebre y con los medicamentos que les dan en el hospital no se curan.

Como no es sobandera, su trabajo consiste en posar sus manos sobre la cabeza del paciente y con la mayor fe puesta en que se van a curar de la dolencia, reza una oración que aprendió hace muchos años.

Su suegra, que era curandera y sobandera, le enseñó la plegaria y desde entonces no ha parado de ayudar a las personas.

Doña Rosana fue profesora toda su vida en el campo y en el casco urbano de Arboledas y siempre se ha caracterizado por tener una estrecha relación con la iglesia católica, donde ha hecho parte de grupos como las adoradoras.

Después de tantos años y experiencia, ya no le molesta que algunas personas piensen que ella practica brujería, ahora le parece chistoso.

“Como la gente dice que vienen a que los secreteen o que los recen, varias veces me han dicho que yo hago algo de brujería o de hechicería, que soy espiritista”, dijo.

Según doña Rosana, la clave de la sanación es la fe, tanto de la persona que hace la oración como de los que van a que los curen.

Ahora, ya no reza la oración que aprendió de su suegra, sino la que hace algunos años un sacerdote le compartió.

“Una vez que fui al estadio General Santander a un concierto de oración y  alabanza aproveché para contarle a un sacerdote que mi suegra me enseñó una oración y que con eso curaba a las personas, le pregunté que si eso era algo malo y me dijo: ‘no mijita, yo tengo una oración mejor, pero tiene que estar en gracia de Dios y tener fe, así como la persona que está enferma’”, dijo.

Hombres, mujeres, niños, bebés y hasta mascotas llegan a la casa de doña Rosana, que siempre tiene las puertas abiertas para recibir a sus clientes, que la buscan ante cualquier dolencia.

Cuando hay epidemias, dice, la cantidad de personas se multiplica y como ella no cobra, le llevan lo que ‘tengan voluntad’.

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