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Amazonía brasileña consigue unir preservación y desarrollo

Las reservas Mamirauá y Amana ocupan más de tres millones de hectáreas a las orillas del río Amazonas.

El paiche o pirarucú de la Amazonía, un pez codiciado por sus dimensiones prehistóricas que pueden alcanzar los 3 metros de largo y 200 kilos de peso, estuvo a punto de extinguirse. Pero gracias al manejo sustentable de la especie en reservas de Brasil, el gigante de aguas dulces volvió a multiplicarse.

El resurgimiento del mayor pez de escamas de aguas dulces del mundo es el resultado de años de esfuerzos en Brasil para combinar conocimiento tradicional y ciencia, en aras de preservar la rica biodiversidad y garantizar el sustento de las comunidades de la selva tropical.

Las reservas de desarrollo sustentable Mamirauá y Amana, que ocupan más de tres millones de hectáreas a las orillas del río Amazonas, fueron creadas en la década de 1990 y han sido pioneras en probar que es posible explotar recursos naturales sin destruir el medio ambiente. 

Existen 39 reservas de este tipo en Brasil, país que alberga más de la mitad de las especies animales y vegetales del planeta, y cuya vasta región amazónica enfrenta desafíos como la deforestación y la minería, además de un nuevo gobierno liderado por el ultraderechista Jair Bolsonaro, que defiende la explotación económica de la Amazonía.

Pluralidad 

"La selva nos permite usarla sin afectar su funcionamiento. Basta hacerlo de forma eficiente, basándose en la ciencia y en los conocimientos tradicionales", explica Emiliano Ramalho, director del Instituto de Desarrollo Sustentable Mamirauá, centro de investigación con apoyo estatal que administra las reservas hermanas Mamirauá y Amana. 

Con el río de fondo, en una estructura flotante típica de la zona, Ramalho aboga por "cambiar esa concepción de que para beneficiarnos de la selva tenemos que derrumbarla, acabar con unidades de conservación y no crear más tierras indígenas. Esa pluralidad es parte esencial de la Amazonía, sin eso el sistema no funciona". 

 Mamirauá está a 500 km de Manaos, la capital del estado brasileño de Amazonas, y a 40 minutos en lancha de Tefé, la localidad más próxima. 

En ambas reservas viven un total de 15.000 habitantes. La mayoría son caboclos -como se llama en Brasil a los mestizos de blancos e indígenas-, y residen en casas flotantes y palafitos debido a la fluctuación del nivel del río, que puede variar más de diez metros entre la estación seca y la lluviosa. 

Para proveerse, las comunidades tienen actividades agrícolas y pecuarias, aplicando técnicas ecológicas. Comercializan frutas nativas como açaí y cupuaçú y pescan de forma controlada el pirarucú, símbolo de Mamirauá y proyecto bandera de la reserva. 

Desde 1999, la población de la especie en la región saltó de 2.507 a 190.523 en 2018, año en que su pesca rindió 1,57 millones de reales (430.000 dólares, al cambio promedio de ese año).

Recientemente, las comunidades empezaron a incursionar en el ecoturismo. Desde 2016, la renta promedio anual de cada posada fue de 2,5 millones de reales, dice Pedro Nassar, coordinador de turismo de la base comunitaria de Mamirauá.

Recuperación

El corazón de la Amazonía no es silencioso: decenas de especies de aves producen una sinfonía mientras sobrevuelan las estructuras flotantes, en tanto que monos guariba, escondidos en los árboles, chillan desde el amanecer hasta la puesta del sol, cuando los mosquitos hacen de las suyas. 

Entre delfines rosados que nadan en grupo, el agua fresca resulta tentadora para soportar las altas temperaturas tropicales. Pero la presencia de un caimán açu invita a retener el impulso. 

La especie puede superar los cinco metros de largo y pesar media tonelada. Es el mayor caimán de las Américas y estuvo amenazado de extinción en la década de 1980 debido a la caza, cuando Brasil exportaba sin planificación alguna su carne y su piel para fabricar calzados y carteras.

"La recuperación de los caimanes se dio al prohibir la caza y crear las reservas. El caimán negro, que casi no se veía, hoy abunda", dice la bióloga Barthira Resende, del Instituto Mamirauá.

La reserva tiene la mayor concentración de la especie en Brasil, dice Resende, y la recuperación se debió en parte al trabajo de la comunidad. "Mapeamos al animal de forma participativa. Ellos indican dónde están los nidos", explica.

De esa forma, sustituyeron la caza depredadora por un manejo controlado. 

"Involucrar a las comunidades en la administración sustentable es una estrategia de conservación. Ellos saben que tendrán un lucro financiero. Eso los lleva a proteger a los caimanes (...), a proteger las áreas de reproducción y realizar el conteo para extraer la cuota", opina la bióloga. 

Un plan parecido se aplicó antes al pirarucú.

"El pirarucú era difícil de conseguir, el caimán también. Ahora hay bastante. Hubo una gran recuperación", cuenta Afonso Carvalho, de 68 años, líder de la comunidad Vila Alencar, a las orillas del lago Mamirauá.

Carvalho, un indígena kaixana, explica que su pueblo caza animales siguiendo reglas, de forma controlada. "El indígena respeta el medio ambiente (...) No es depredador".

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AFP
AFP
Martes, 14 de Mayo de 2019
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