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El día que todos tuvieron culillo
Decía que ese día, 20 de julio, todos tenían culillo. O sea que, además del tal Grito, lo que hubo fue un pánico.
Miércoles, 19 de Julio de 2017

Aquel viernes, 20 de julio, todos, en la fría Santafé, capital de la Nueva Granada, tenían culillo.  Culillo, para que lo sepamos todos de una vez por todas, no es ningún diminutivo, como puede suponerse fácilmente. 

Según la Real Academia de la Lengua y según el diccionario mercedeño, tener culillo quiere decir tener miedo, pero miedo del bravo, cuando al miedoso se le suben las amígdalas más arriba de donde las tiene;  cuando ve que la cosa está peluda; cuando le da la terronera.

Dicen las lenguas maliciosas que la palabreja en mención se relaciona con la parte anatómica donde finaliza la columna, lo cual no es cierto, no obstante que en ocasiones el culillo es tanto que hay quienes se hacen popó en los pantalones.

He elevado la consulta pertinente a algunos médicos amigos, y ellos, que todo lo saben, me han explicado pacientemente que nada tiene que ver lo uno con lo otro.

Zanjado este episodio y hecha la aclaración necesaria, vamos al grano (como dijo el dermatólogo):

Decía que ese día, 20 de julio, todos tenían culillo. O sea que, además del tal Grito, que nos enseñaron en la escuela y del que hablaban Henao y Arrubla, lo que hubo fue un pánico (culillo) generalizado.

Al virrey José Antonio Amar y Borbón le habían llegado con el chisme de que algunos criollos estaban preparando una revuelta en su contra, por el trato que les estaba dando a los nacidos aquí. Tenía culillo y ordenó a su ejército doblar la seguridad.

Los criollos organizadores de la posible trifulca supieron que ya el virrey sabía sus planes. Y se llenaron de culillo por lo que les podría suceder, de manera que decidieron apresurar los hechos, antes de que Amar y Borbón los mandara a poner presos.

El sabio Francisco José de Caldas era el director del Observatorio astronómico, de los pocos criollos que tenían chanfa oficial, pero no estaba contento con su situación y la de los demás intelectuales granadinos. Hacía reuniones secretas en el Observatorio, pero tenía culillo de que lo descubrieran y lo mandaran a la guandoca, además de perder el puestico.

José González Llorente, un español ricachón, vejete y malgeniado, tenía culillo de que los indios se metieran a su almacén y lo robaran. De modo que puso bajo llave sus pertenencias, entre ellas un fino florero de porcelana,  que había traído de su lejana España.

Ese viernes, día de mercado, los campesinos e indios de la sabana estaban en la plaza principal vendiendo sus productos (papa criolla, papa sabanera, cebolla, tomate, fríjoles y lechuga, y bollos y chicha), pero también tenían culillo porque habían escuchado que ese día habría vainas...

Así, pues, aculillados todos los actores, sucedió lo que tenía que suceder: el cuento del florero, los golpes que le dieron los hermanos Morales a González Llorente, y la trifulca que se formó.

Cuando uno de los organizadores, José Acevedo y Gómez, vio que el movimiento estaba fracasando por falta de gente, pues indios y campesinos comenzaron a largarse a sus parcelas, se llenó de culillo, se trepó a una montaña y con voz temblorosamente aculillada, pronunció su célebre discurso: “Si perdéis estos momentos de efervescencia y calor...”.

El virrey, aculillado, les abrió las puertas del Cabildo para que se reunieran en cabildo abierto y entonces vino la firma del acta y el brindis y todo lo demás.

Parece ser, sin embargo, que en la noche, el cabildo estaba quedando vacío, y fue cuando aparecieron los artesanos y albañiles de los barrios santafereños, acaudillados por un muchacho desconocido, José María Carbonell. 

Si así fue la cosa, Carbonell y su gente fueron los únicos a quienes no les dio culillo esa noche. Y en esas estaban cuando aparecieron los bartolinos, muchachos estudiantes del colegio de San Bartolomé, entre quienes estaba un cucuteño de dieciocho años, Francisco de Paula Santander, que, sin culillo, se sumaron a la gritadera. 

Fue así como, a punta de culillo unos, y de no culillo otros, se dio comienzo a ese movimiento que se llamó la Independencia, y que hoy celebramos con discursos, desfiles y ofrendas florales. Como puede verse, no siempre el culillo es malo. 

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