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El fantasma de lo bonito
Todo se redujo a la tecnología, se comprimió en formas diminutas y perdió su encanto.
Lunes, 6 de Julio de 2015

Pareciera haberse esfumado aquella especie de fantasma invisible que le daba cariño a lo viejo, a las fotografías, a las conversaciones, al afecto, a la naturaleza, al amor: que se hubiera ido cansado a otras dimensiones más humanas, en otros planetas, tal vez, o se haya sentado en cualquier esquina del universo a llorar.

Hay, ahora, una transformación de costumbres en la que priman los moldes futuros, despojados de la belleza de lo que venía siendo bonito: todo se redujo a la tecnología, se comprimió en formas diminutas y perdió su encanto.

Afortunadamente, en mi caso y el de otras (pocas) personas, se hace aún delicioso disfrutar de las expresiones bellas: en los pájaros, en las matas, en las manifestaciones de la luz natural de la aurora, en la secuencia melancólica hacia un crepúsculo en la tarde, en la música, en los libros, en la misión de los duendes familiares que rondan, en las sombras de los recuerdos que se mueven dentro de la piel buscando salir al presente, en las trenzas antiguas de ternura en el cabello de una mujer, en la voz pausada, en las manos tendidas de la gente, en los anhelos sembrados en la esperanza dulce de los hijos, en el caballito de madera alojado en el depósito, en la danza de las horas que pasan por los ojos como un sueño, detrás del compromiso íntimo de los sentimientos con el infinito.

Vivir era un sueño de colores que se alargaba en la mirada diáfana, en el silencio, en el espacio preciso para volcar en el alma los mitos de un mundo casi mágico, trepando por el arco iris o sembrándose en las, también, secuencias invisibles del viento, acariciando las orillas de la consciencia para sentir la sonrisa del tiempo aprobando la nostalgia.

A pesar de todo, creo en el romanticismo. No importa que en estos días las cosas sean diferentes, que los modelos de las emociones hayan sufrido tantos cambios y que, la transferencia de esquemas culturales, sea tan imponente como para saber que el tiempo no volverá a su pasado.

Todo lo fue apagando el ruido, la velocidad, la sentencia de modernidad que se metió en la vida para interrumpir el equilibrio de los sueños y limitar la fecundidad de la imaginación. Así, la alianza del corazón con la existencia se lesionó al punto de desatarse en la pobreza de la realidad. ¿Qué será de nosotros?

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