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El Nobel para Santos
Se propuso ser un funcionario laborioso y aprovechó para exhibir sus profundos conocimientos en materia económica.
Domingo, 9 de Octubre de 2016

Juan Manuel Santos ha sido un hombre de lucha y de estrella: nacido en un hogar cuyo apellido salió de las breñas santandereanas, emparentado con la heroína de la independencia Antonia Santos, que puso todos sus bienes y ofrendó la vida al ser sometida a un cruel fusilamiento, por apoyar a las guerrillas que luchaban por la abolición de los yugos de la corona española y por la independencia de ese régimen.

Y también con el expresidente Eduardo Santos, de quien era sobrino, supo entender el enorme legado que tenía en sus hombros y desde muy joven comenzó una ardua preparación, consiente del papel que tenía que abordar en su existencia.

Creció en medio del poder; su tío fue un presidente muy poderoso, no solo por su talante y sus ejecutorias, sino porque además era el propietario del periódico más influyente del país. Pensó al comienzo que podría hacer una carrera para llegar a convertirse en el gran líder de opinión y ocupar la codiciada silla de la dirección de El Tiempo.

A eso se dedicó en sus primeras actuaciones profesionales, y lo hizo con una consagración esforzada para llegar a adquirir la autoridad suficiente para convertirse en el gran orientador de la opinión pública colombiana.

Sus pasos eran firmes, su vocación llegó a afianzarse. Escaló pronto y muy joven esa dedicación se vio recompensada al llegar a la subdirección del periódico. Allí se encontró con que solo le faltaba un paso para alcanzar el objetivo de su vida, pero los días le fueron señalando serias evidencias que le hacían sentir que ese último paso era en extremo difícil, porque toda su familia inmediata estaba involucrada en el periódico y la rama a la que él pertenecía, por aquellos designios inescrutables del destino, solo había alcanzado una ínfima participación accionaria en la propiedad del diario, pues el doctor Eduardo Santos, viudo y sin hijos, en el ocaso de su existencia, volcó sus afectos generosamente sobre su sobrino Hernando, en detrimento de su otro sobrino, Enrique, padre de Juan Manuel, lo que dejaba a esa rama de la familia en una condición en donde no le era dado reclamar nada.

En medio de esas profundas reflexiones, que seguramente le atormentaban su cabeza y le hacían vacilar frente al futuro, Juan Manuel Santos decide abordar la otra faceta de sus inclinaciones en la vida y es cuando toma la decisión de separarse de El Tiempo y comenzar a trabajar el escenario de la política, en donde su tío Eduardo había sido un sobresaliente actor, habiendo dejado un legado, hasta ahora no reclamado por ninguno de sus parientes directos.

Aquí es cuando comienza a acrecentar sus conocimientos, para que le permitieran prepararse para una actuación exitosa en ese nuevo escenario. Había adquirido un acercamiento profundo a las actividades cotidianas del país, a través de su actuación periodística que lo ponía en contacto con los más variados temas de la realidad colombiana, pero una cosa era prepararse para opinar, y otra muy distinta para actuar.

Decide entonces irse a Londres al London School of Economics, y después a la prestigiosa universidad de Harvard en los Estados Unidos a estudiar desarrollo económico y administración pública, de tal manera que ese amplio espectro de conocimientos le permitieran contar con la base y el motor para sus nuevas actuaciones en el escenario ya definido, en donde estoy seguro, iba mucho más allá de alcanzar una dirigencia reconocida o llegar a ocupar un ministerio importante: su meta desde ese momento estaba fijada en llegar a ocupar el cargo de su tío Eduardo, al frente de la conducción de los destinos de la Nación.

Cuando regresa el país para abordar ese camino azaroso e incierto de la política, en donde a juicio de muchos pensadores se encuentran las peores pasiones de los hombres, es consciente de las realidades que acompañaban en ese momento a su personalidad. 

Contaba con apellido, con prestigio como periodista, con potencial académico, adquirido en los centros de formación de renombre mundial y con la disciplina rigurosa que se había formado en todas sus actuaciones profesionales, pero sabía también que, para abordar esas nuevas actuaciones, requería de otras habilidades con las que no contaba: era tal vez demasiado técnico; su personalidad no estaba rodeada de mucha simpatía; no se había untado de pueblo, tenía ciertas dificultades de comunicación oral y no era experto en ganar y reconocer amigos.

Tal vez por eso nunca llegó a pensar en que su entrada a la política debía ser a través de una corporación popular, y entonces decidió acercarse al entonces presidente Gaviria, quien conocedor del perfil, lo llamó para que se ocupara del Ministerio de Comercio Exterior: un cargo técnico, pero un enorme reto al saber que cumplía el sueño de ingresar al Gobierno por la puerta grande. 

Se propuso ser un funcionario laborioso y aprovechó para exhibir sus profundos conocimientos en materia económica. El resultado se vio recompensado años más tarde, cuando Andrés Pastrana, quien había recibido de su antecesor Ernesto Samper, un gobierno con enormes dificultades económicas, pensó que una mentalidad seria, laboriosa, competente y con prestigio, como la de Juan Manuel Santos, era la indicada para acometer esa delicada tarea que se advertía.

Allí Santos alcanza la talla esperada: el país comenzó a retomar su cauce con acertadas medidas económicas y al final de su tarea devuelve un escenario completamente diferente, acompañado de una recuperada imagen internacional derivada del nuevo estado de salud de las finanzas públicas. Cierta incertidumbre seguramente lo afectaba, cuando algunos analistas afirmaban que difícilmente llegaría a ser presidente, pues a ese cargo no solían llegar los ministros de Hacienda.

Pero aficionado al juego de póker solía aplicar las estrategias para triunfar y sabía aguardar los momentos indicados. Fue la ocasión, en que estando Álvaro Uribe en lo más alto de su prestigio, como consecuencia del éxito de su política de orden público y de recuperación de la seguridad nacional, encuentra la oportunidad para convertirse en ministro de la Defensa, área que acaparaba todas las atenciones de la opinión nacional. 

Y como un jugador con suerte, le corresponde dar el más sonado golpe a las Farc, al dar de baja a su entonces jefe máximo Raúl Reyes. Y como si fuera poco, también le corresponde ser el personaje central en la operación ‘Jaque’, en donde logró la libertad de Íngrid Betancourt y un importante grupo de secuestrados, en la operación más audaz que hayan registrado los anales de la lucha armada.

Cuando se esperaba que su jefe, el presidente Uribe, aspiraría a un tercer mandato, la Corte Constitucional le cierra el paso y aparece su figura como la de mayor confianza para llevar la representación del conglomerado político que se aglutinaba alrededor de Uribe: era un juego fácil, las cartas estaban echadas y Uribe tenía los ases debajo de la manga. 

Así llegó Juan Manuel Santos a convertirse en presidente de la República, casi sin saber cómo ese supremo instante se había presentado con tan favorables vientos.

Allí comienza una etapa llena de dificultades, pues de inmediato se enemista con su mentor y el rencor de ese poder político se hace sentir para el resto de su mandato. 

Como la Constitución le permitía la opción de la reelección, barajó el escenario y con la colaboración de su hermano Enrique, este sí exdirector de El Tiempo, y afortunado y reconocido analista y estratega, diseña el escenario de la paz para proponérselo a los colombianos en el siguiente período: la opción fue imparable. 

Logró calar en todos los escenarios de la población y alcanzó el triunfo después de una segunda vuelta. De ahí a hoy, han transcurrido días muy difíciles en medio de una negociación áspera y compleja, y de una oposición implacable dispuesta a pasar cuenta de cobro hasta por lo más mínimo.

Sin embargo no flaqueó; persistió hasta lograr la firma de un Acuerdo Final, con la ayuda de un hábil negociador como Humberto de la Calle y con el respaldo de la comunidad internacional, y logró el objetivo, pero lamentablemente la refrendación popular le fue adversa. 

Cuando ya todo se veía desvanecer, apenas cinco días después del episodio doloroso, aparece el Nobel de la Paz en sus manos y lo dispara como uno de los líderes mundiales de primer orden, y de paso revive el anhelo de la reconciliación nacional. Sus primeras palabras, apenas conocida la noticia, fueron “Ni un muerto más”. Ya Mandela, el otro Nobel, había pronunciado una expresión similar “Un muerto, es ya demasiado”.

Este es el personaje que hoy salta a la palestra mundial y que se ha convertido eternamente en un referente de paz. Ese hombre, frío y distante, pero persistente y luchador, es quien se ha convertido en un líder mundial, por cuenta de su lucha.

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