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Esto de volvernos viejos
Un sicólogo me dio una respuesta sabia: Empezamos a envejecer –me dijo- el día que nacemos.
Lunes, 17 de Julio de 2017

Yo no sé, a ciencia cierta, a los cuantos años puede decirse que uno empieza a envejecer. ¿A los cincuenta? ¿A los sesenta? ¿A los ochenta? Un sicólogo me dio una respuesta sabia: Empezamos a envejecer –me dijo- el día que nacemos. Y es cierto. No lo sabemos, no lo asimilamos, no lo entendemos, pero cada día que pasa, desde que nacemos, nos vamos acercando un día más a la vejez.

De acuerdo con este sicólogo, los cumpleaños no deberían celebrarse. Es una paradoja hacer fiesta porque nos queda un año menos de vida. Pero así somos los humanos: Con torta y vino y jartadera, nos alegramos porque la tumba se va acercando.

Un amigo, más práctico, me habló de su experiencia: Me di cuenta que estaba envejeciendo, el día que me empecé a levantar a las cinco de la mañana, por falta de sueño, y como no tenía nada que hacer, me puse a barrer la calle, al frente de mi casa. Mientras su mujer ronca, él se preocupa por el aseo. La vejez. 

Otro conocido me dijo: Un día me sorprendí regando las matas del patio, antes que saliera el sol: Estaba envejeciendo. Ese es el oficio de los viejos: regar las matas, sacar la basura y cuidar nietos.

Yo, por mi parte, tuve un contacto doloroso con la vejez. Hacía cola frente a la ventanilla de un banco, cuando la cajera, amable y bonita, empinándose en la punta de sus zapatillas, miró la fila y dijo: “Allá, el viejito, puede pasar adelante”. Todos miramos atrás en busca del viejito y no había tal viejito. Todos éramos jóvenes. Entonces un vecino de fila me dijo: “Es usted, señor”. ¿Yo? No puede ser –me dije-. Fui adelante, pero ya la cajera no me pareció ni amable, ni bonita. 

Ese día quedé traumatizado. A la hora del almuerzo les dije a mi mujer y a mis hijos: ¿Yo estoy viejito? ¿Sí? ¿Viejito? Me miraron con sorpresa, pero en el fondo de sus miradas alcancé a distinguir un destello de sonrisa mamagallesca. Ese día supe que, efectivamente, yo había empezado a envejecer.

Y cuando este convencimiento llega, de nada sirve el contentillo que algunos dan. La que envejece es la cédula, dicen algunos. La juventud va por dentro, dicen otros. Las canas son experiencia, aseguran los canosos. La calvicie es inteligencia, afirman los calvos. Las arrugas son los sufrimientos, añaden los arrugados.

Pura paja. La vejez llega y hay que asumirla como es: con arrugas, canas y calvicie.  Lo que no podemos es echarnos a llorar porque estamos viejos. Ni echarnos a morir antes de tiempo. No. Hay que sacudirnos y echar pa´lante. Seguir regando matas, cuidando nietos y haciendo  otras cosas. 

Ejemplos hay por montones. Viejos trabajadores. Viejos maestros. Viejos escritores.  Mi abuelo, Cleto Ardila, murió a los 104 años. Cuando le celebramos los 100, rodeado de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, bailó y se pegó sus dos o tres cervezas. Hay viejos que se casan a los noventa años con chicas de 20. Y funcionan. Funcionan las chicas, digo. Y a ellos les funciona la billetera. Hay que llegar a la vejez con dignidad y con orgullo. Y con ganas. De seguir viviendo.

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