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Historia de una paloma
¡Pobre paloma! Andaba volando alto, y de pronto, al suelo vino a dar. 
Martes, 13 de Junio de 2017

¿Se acuerdan ustedes del viejito Noé? Achacado, cegatón, calvo y arrugado, como todos los viejitos (y lo grave es que todos vamos para allá), le tocó soportar la pendejadita del diluvio. Cuarenta días y cuarenta noches, dicen la escrituras, de aguaceros torrenciales, sin sacarle punta, que inundaron la tierra, como cualquier avenida Libertadores en Cúcuta con cualquier llovizna.

Cuando ya le dolían las coyunturas de tanta lluvia y tanto frío, a Noé se le ocurrió que era posible que en otras partes ya el invierno estuviera pasando. Agarró, entonces, un chulo y lo soltó en medio de la tormenta, para ver si regresaba. “Si no regresa, es poco lo que se pierde”, debió pensar el viejo, que estaba ya cansado de tanto animal en el arca, y preocupado, además, porque la purina se le estaba acabando.

El chulo no regresó. Seguramente encontró carroña en algún sitio y por allá se quedó. En una escampada, Noé mandó una paloma, que tampoco regresó. Y a la semana siguiente, terco el viejo, soltó otra paloma, de esas que llaman mensajeras. Al otro día volvió, con un ramito de olivo en el pico. Buena señal. El invierno estaba amainando. El castigo divino había llegado a su fin. Dios había hecho las paces con el hombre.

Desde entonces la paloma fue un animal cuya imagen se empezó a utilizar para representar  la paz. La paloma blanca con la ramita verde en el pico, señalaba el fin de las contiendas.

Pero la paloma llegó a su más alto nivel de popularidad, cuando a la Iglesia le dio por representar al Espíritu Santo con una paloma. Era lo máximo. La paloma al lado de un viejo de barbas largas (el Padre) y de un señor con cruz (el Hijo), hacía parte de uno de los misterios más sagrados de nuestra fe católica: la Santísima Trinidad.

Sin embargo, no todo ha sido gloria para el animalito. Cuando los gobiernos se adueñaron de la paloma para representar su paz, es decir, la paz a su acomodo, le llegó al animalito la época difícil. La pintaron en carteles, periódicos, murales y andenes. La manosearon y la volvieron nada. Le mancillaron su plumaje blanco.

Al presidente Santos se le ocurrió otra genial idea. Hacer la paloma de metal para llevarla en la solapa. Y así, uno lo ve muy orondo mostrando su paloma mientras los maestros llevan un mes de paro, luchando por sus justas reivindicaciones, y las gentes del Chocó y de Buenaventura tuvieron que hacer paro durante varias semanas para que les dieran agua y salud, y se viene el paro de camioneros y hay otros paros en preparación.

Y entonces, uno se pregunta: ¿De cuál paz, se ufana el presidente? ¿Acaso basta con llevar en la solapa una paloma?  Sin educación no puede haber paz. Los muertos siguen. La situa cada día se pone más apretada.

¡Pobre paloma! Andaba volando alto, y de pronto, al suelo vino a dar. ¡Qué porrazo se dio el animalejo! Pero no importa. Tenemos un Nobel de paz, aunque los niños se queden sin escuela; aunque a las señoras maestras que han dedicado toda una vida a enseñar, las tumben con chorros de agua en las manifestaciones; aunque digan que no hay recursos (Claro, si todo se fue en mermelada para los parlamentarios, y en subsidios para los guerrilleros). 

La paloma, la blanca paloma de ramito de olivo, anda desplumada, coja, tuerta y con las alas rotas. Al presidente y sus ministros les va a tocar llevar un chulo en las solapas. ¡A eso hemos llegado!  

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