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La lengua del Bronx
Si el lector se fija bien, notará que entre todos ellos hay un común denominador: son uribistas.
Jueves, 23 de Junio de 2016

No me refiero a lengua que se usa para cantar, la que celebró Juana de Ibarbourou: 

Lengua castellana mía, 

Lengua de miel en el canto, 

De viento recio en la ofensa, 

De brisa suave en el llanto. 

No hablo de la lengua sublime de Darío y Neruda; de esa que capturó el silencio en los versos de Vallejo. La lengua cantada por Quevedo y Lope; pintada por Goya. Hablo de la lengua venenosa, la de “viento recio en la ofensa”, que usan los políticos colombianos para comunicarse entre ellos. Una lengua pugnaz, venenosa. ¿Han visto ustedes la lengua ponzoñosa de Alejandro Ordóñez? Pregunté si la han visto, no si la han leído. Porque la lengua se ve, más que se oye. Y la de Ordóñez es una lengua larga, de varias páginas de periódico, pero que en realidad proviene de los rincones más profundos y abyectos del Antiguo Testamento. ¿Ha visto la de Fernando Londoño? Es la víbora del Génesis. 

La lengua, que ha servido a poetas y novelistas para sus grandes construcciones verbales, se está extinguiendo en el uso que le dan los políticos en Colombia: 

El senador y poeta Jaime Amín, queriendo imitar a Borges, pero sin lograrlo, le grita a León Valencia este haikú uribista: “la gata será su madre”. El otro día, el también uribista Jaime Restrepo, le recitó de memoria al senador Iván Cepeda este epigrama de rancia estirpe conservadora: “maldito guerrillero triple… catre hijo de …respete malpa… si es macho lo reto a un duelo, asqueroso”. Ya sé que parece un verso de Quevedo, pero es que Jaime Restrepo le agrega cierto color local que lo supera porque domina con solvencia la gramática de la bellaquería. 

Otro uribista, Pablo Victoria, le dijo a Daniel Coronel, director de Noticias Uno (por una investigación que adelantaba en su contra), lo que podría parecer el comienzo de una portentosa novela nadaísta: “Sólo un noticiero malparido puede querer involucrarme en el asesinato de A. Gómez”. Y agrega: “cobardes, hijo de la mala madre, Coronel HP”. Como todo el mundo sabe, un narrador está hecho de palabras y no de carne y hueso. El narrador de este prodigio narrativo está hecho de excrementos, lo que hace que sea una obra autobiográfica. 

Si el lector se fija bien, notará que entre todos ellos hay un común denominador: son uribistas. Así como antes los poetas eran modernistas, piedracielistas o desencantados, ahora parece ser que todos los poetas de la política son uribistas: tienen el mismo lenguaje, la misma pose, el mismo ceño fruncido, las mismas gotas de valeriana. Son inconfundibles. Todos provienen de Álvaro Uribe, el Nicolás Gómez Dávila de los tiempos infames, cuyo mayor logro discursivo fue el aforismo: “si lo veo, le doy en la cara, marica”. Esto lleva a pensar que si la lengua es la patria, los políticos colombianos viven en el Bronx.

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