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¡Qué vaina, se murió Trapitos!
Entraba como Pedro por su casa por varios claustros universitarios de la ciudad.
Jueves, 15 de Junio de 2017

Me hice amigo de Alirio en los años ochenta, era trabajador de la empresa de Acueducto y Alcantarillado de Cúcuta y yo asesor jurídico. La carga prestacional de 650 trabajadores era asfixiante. Nos trazamos la estrategia de conciliar los dos intereses y pasé al lado de ellos en el manejo del Derecho colectivo. Fue la persuasión más larga en la que me he visto envuelto, con dos líderes sindicales a quienes en esta misma columna les rindo el tributo que se merecen Edgar Patiño Antúnez y Martín Alarcón. A los diez años los abandoné por razones de estudio y de trabajo fuera de la ciudad. A mi regreso, la conciliación de intereses dio fruto y se llegó a la solución actual que transformó la empresa industrial de acueducto y alcantarillado en EIS CUCUTA SA ESP con la acertada visión de Ramiro Suárez Corzo, algunas de cuyas ideas a esta hora han sido burladas. 

Alirio, a quien cariñosamente llamábamos Trapitos era un romántico soñador de esa izquierda silvestre que espontáneamente florece en el yermo colombiano. Teníamos unas afinidades de amistad que se desenvolvían en derredor de Luis Bernal y Carlos su hijo, inmolado por esta violencia atroz que ha desangrado a Colombia desigualando y excluyendo a los de abajo como en la novela mejicana. 

Y de esas amistades que tenían multiplicador, surgía esa característica unidad y solidaridad clandestina que se desahoga en el arte, en el humanismo, en la filosofía y en la docencia. Trapitos era un autodidacta integral, agresivo y librepensador, que en el instante de defender sus convicciones, se transformaba en el energúmeno más decente que en mi vida he conocido.  

Entraba como Pedro por su casa por varios claustros universitarios de la ciudad, especialmente a la jornada nocturna de la Universidad Libre y a veces en mis asignaturas encargadas era el más severo contradictor sin ser alumno, sobre todo en la de ciencia política de los primeros años. Hubo un periodo en que su asistencia era mejor que la de los matriculados, en la época que Carlos Bernal era nuestro estudiante preferido. 

Nunca ocultaron su militancia, ni los objetivos de su causa, en momentos en que arreciaron los embates de la reacción de fin de siglo y de comienzos del presente y que culminó con el sacrificio de Carlos. 

Pero Trapitos, que era un ser inerme, tenía una devoción meticulosa por la historia universal, por temas específicos como la Revolución de octubre y la Mejicana, que yo siempre he presumido de manejar por el sabor latinoamericano de las frustraciones y de las decepciones. Trapitos conocía hasta los corridos y con quien alternaba hasta los “tarariaba”. Me sorprendió su muerte, pues día por medio hablábamos a la entrada de la EIS. Hacíamos un hueco, pues charlábamos hasta una hora. 

Un día me preguntó  sobre el llamado teatro arena brasilero y me corchó. Lo mismo que con algunas preguntas históricas cuando entrabamos en clase a los temas de los socialismos utópicos de Luis L´eblanc, de Proudhom, de Owen, de Fourier. Ya entre amigos me trataba duro a veces, diciéndome neoliberal y reaccionario disfrazado de marxista. Pero como todo lo arreglaba con sonrisas, archivábamos la disputa y seguíamos la amistad.  

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