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Sublevación
Uno debe estudiar mucho para alcanzar la versión auténtica de sí mismo.
Domingo, 27 de Septiembre de 2015

Uno debe estudiar mucho para alcanzar la versión auténtica de sí mismo.

Si no lo logra, servirse de los sabios para encontrar, en una frase, lo que ha buscado por años: Eso me pasa con Rousseau, con la expresión de libertad anhelante inscrita en su alma; leamos: “Me hallaba tan aburrido de los salones, de los surtidores, de los fastidiosos personajes que me mostraban; me hallaba tan harto de ilustraciones, clavicordios, tonterías ingeniosas, gracias, monadas y grandes cenas que, cuando miraba de reojo un sencillo y pobre matorral, una alameda, una granja, un prado, cuando olfateaba, al atravesar una aldea, el olorcillo de una buena tortilla de hierbas, la comida aldeana, y el vino de la tierra, hubiera dado, de buena gana, una paliza al señor cocinero y al jefe de comedor que me hacían comer a la hora en que ceno y cenar a la hora en que duermo...”.

Entonces se me encoge el alma cuando veo la vida pasar y, yo, en lo mismo, perdiendo los átomos más importantes, deslizándome en la sociedad que describe Rousseau, aunque con un avance, al menos, en el sentirme como peregrino que está andando un camino que, en cualquier momento, me llevará a una desviación hasta mí mismo.

Una ventaja que me da la sombra del tiempo que llevo en mi interior, que me hace escuchar el eco de una voz que, de lejos, habla desde la visión espiritual que me ilusiona.

Y no sé si el camino va hacia adelante, o en reversa: prefiero el retroceso de sentir la vida en un universo de colores, pleno de soledad y de silencio, huyendo de las formas vacías que he conocido hasta la saciedad y no he sido capaz de abandonar del todo.

Es cuestión de paciencia, concluyo, de pensar y de sentir con la serena convicción de que si uno hace juego a su iniciativa de encontrarse, disentirá con respeto de las convicciones rutinarias en que, sin habérselo propuesto, lo metieron; con humildad, para acceder a la empatía que el mundo tiene con los seres sencillos: entonces el eco dirá que puede aún volar hacia él.

(Epílogo: Jantipa, la mujer de Sócrates, le reclamaba permanentemente; un día, al ver que no se inmutaba, le arrojó un balde con agua: Sócrates se sacudió y se dijo: después de tanto tronar es natural que llueva).

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