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Teorema
Y lo que uno ya no quiere, o el destino le ha negado, descartarlo, porque trae miseria, como los trapos viejos o las cosas rotas en la casa.
Domingo, 23 de Julio de 2017

Cada época tiene un lugar amado que debe sembrarse en el alma, porque significa el refuerzo, constante, que es necesario dar a las emociones para despejar la bruma que oculta los recuerdos bonitos. 

Y lo que uno ya no quiere, o el destino le ha negado, descartarlo, porque trae miseria, como los trapos viejos o las cosas rotas en la casa.

Lo mejor es convencernos de que nuestro paso por la tierra es la mejor oportunidad para recorrer, en una breve distancia y un minucioso tiempo, la senda personal. 

Y de que no dejaremos nada, sólo nuestras obras buenas, que van a aquilatar el espíritu, en una semblanza de paz que se asemeja a la eternidad.

Porque todo se va yendo, o cambiando: lo que se conoció en la primavera de los años, ahora es pasado, otoño, y no se supo cuándo, ni cómo, pero pareciera haber sido en un entrecerrar de ojos. 

Pero si uno se esmera en darle importancia a lo que hizo, a enmendarse, a corregir, a empezar -aunque sea tarde- lo que no hizo, habrá una justa recompensa del destino y una bondadosa depuración de las querencias.

El azul que llamamos cielo es la coqueta vanidad del universo, un conjunto solemne de grandezas que atraen y muestran lo que debe ser la existencia, para tomarla en serio e intentar comprender por qué se ha venido a la vida y, de suyo, porqué ha de irse uno de ella. 

Y que las dudas, las desgracias y todo aquello que ensombrece la alegría de vivir, son frágiles, también.

Si uno es fundamentoso, encuentra su identidad: sólo basta fortalecer los sueños, sublimar las expectativas, dejar de lado lo corriente y acometer el tiempo con la certeza de que, así no nos hayan consultado, el misterio de existir debe ser un notable ejercicio del asombro y la intuición, para buscar en el tiempo un juicio digno de nuestros afanes.

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