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Voces de la memoria
Las puertas se vuelven de cristal y son espejos donde se mira uno y se proyecta.
Domingo, 4 de Junio de 2017

En el ocaso de los años se tejen el pasado y el presente, para abrir el porvenir. Y depende de cómo sean los términos, los goznes del portón del tiempo giran con su redondez de días para abrazar una nostalgia bonita.

Las puertas se vuelven de cristal y son espejos donde se mira uno y se proyecta, con una vocación airosa de superar las limitaciones, obvias, de su condición mortal. Dan apertura a una especie de vigilia intelectual apetitosa para aprovechar los buenos días que faltan.

¿Quién diría que al mirar al horizonte, tras lo añejo, en lugar de ver uno prefiere escuchar los ecos de los días?: es una sensación ambigua, porque se va convirtiendo en un convite de despedidas y bienvenidas, en un vaivén para dejar salir, o dejar entrar, las emociones.

Desde el viento que pasa por el balcón, o del rumor de las palabras de los libros, va ascendiendo la sombra de los sentimientos guardados. La memoria de la luz va alargando los sentidos, ayuda a escanciar alegrías de donde reposan valiosos momentos que el futuro tiene para regenerar las ilusiones. 

Entonces aparecen resplandores, rasgos de valor, de fantasía y formas de intuición sanamente dispuestos a ser la savia, nueva, de una existencia que se va a prolongar hasta que el hado lo decida.

Si uno aprende a oír el eco, siente que hay cosas y circunstancias inolvidables y que puede fundamentar una dinámica de superación personal, desde luego con otras percepciones de espacio y tiempo. 

Si logra captar esas condiciones luminosas, el alma se convertirá en un centro de gravedad donde convergerán, en complicidad, el destino y los sueños, para dar a la historia personal una misión final que lo dignifique. 

Así, podrá contarse a sí mismo las vivencias íntimas sin pesares y, lo mejor, compartir su leyenda.

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