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¿Y de los brujos, qué?
Sin embargo, hay brujas que se camuflan muy bien, como cualquier humana.
Jueves, 27 de Octubre de 2016

Ya se acerca el día de las brujas. En los aires ya se escuchan los graznidos de las urracas que se vienen acercando para estar presentes en los aquelarres que se celebran ese día o esa noche. Hay ruidos de escobas, de las brujas que llegan en busca de cupo para los festines del 31 de octubre. Los gatos negros ensayan sus maullidos de ultratumba y los espantos se preparan para sus diabólicas actuaciones.

Por su parte, los vendedores de rezos, de conjuros y de aguas benditas también se preparan para ofrecer productos que alejen los maleficios de las brujas y que mantengan a raya a estos seres procedentes del infierno.

Desde la edad media, las brujas han sembrado el terror en pueblos, caminos y cementerios. Y las han perseguido y las han quemado en hogueras gigantescas y sus cenizas han sido arrojadas al viento, pero las brujas no desaparecen. Aún hoy, en pleno siglo XXI, existe tan maldita especie.

Las brujas son fáciles de reconocer. De nariz larga y afilada, ojos saltones que despiden chispas, cabello greñudo que jamás ha probado el champú ni tijeras de peluquera, visten de negro con estrellas rojaS como adorno. Huelen a azufre y no viajan en taxi, ni colectivo, ni buseta, ni en avión. Las brujas siguen utilizando las escobas como su principal medio de trasporte.  Pero cuando quieren hacerle daño a alguien, utilizan la moto, que es un vehículo infernal.

Sin embargo, hay brujas que se camuflan muy bien, como cualquier humana. Con el ombligo al aire y mini ínfimos shorcitos y blusa transparente, hay brujas que no parecen brujas. Se las conoce porque viven pendientes de los demás, son chismosas, preguntonas y se meten en lo que no les importa.

Hasta ahí todo está bien. Al fin y al cabo, esa es su función como brujas: brujear. Personalmente no soy enemigo de las brujas, siempre y cuando no se metan conmigo. Que me dejen vivir mi vida y no le vayan con chismes a mi mujer.

Pero lo que sí no comparto es la odiosa discriminación que en todo el mundo y durante todos los tiempos se ha venido ejerciendo contra los brujos. Los brujos machos. Los brujos varones.

La historia y la literatura están llenas de pasajes  en las que se narran las peripecias de las brujas. Pero nada dicen de los brujos. Al niño se le enseña a tenerles miedo a las brujas, pero ni siquiera se les menciona a los brujos. La misma iglesia dice, en su catecismo de Astete,  que no hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay. Y de los brujos, nada. ¿Es que no hay brujos? ¿O es que en ellos sí se puede creer?
   
Hay espantos de sexo masculino: los duendes,  los fantasmas, el cojito, el jinete de la media noche. Pero nadie menciona a los brujos machos. ¿No los hay? ¿O son tan inofensivos, que no vale la pena ni nombrarlos?
   
Se acerca, como ya dije, el día de las brujas. ¿Y el día de los brujos? ¿Por qué en los almacenes sólo se exhiben figuras de brujas? ¿Para reproducirse las brujas, acaso no se requiere el concurso de los brujos?
   
Estos y otros interrogantes me acongojan en estos días previos a la fiesta del próximo lunes, 31 de octubre. Me acongojan y desvelan, porque veo una clara discriminación sexual contra los pobres jefes de hogares de brujos. La historia necesita que los brujos salgan del closet y se den a conocer públicamente, como hicieron los gays y las gaysas.
   
Falta, pienso yo, un Nicolás Maduro, a quien no le tiemblan la voz ni los calzones para utilizar los masculinos y los femeninos, como debe ser. Por eso dice, sin dársele nada: señores periodistas y periodistos, espantapájaros y espantapájaras, obispos y obispas.
   
Se necesita alguien que rescate a los  brujos y los ponga en el lugar que les corresponde. Alguien que no le tenga miedo a la palabra brujo y la ponga en igualdad de condiciones a la palabra bruja.
   
Desde aquí elevo mi voz en defensa de los pobres, olvidados y sufridos brujos, para quienes no hay ni una mención, ni un premio, ni una fiesta. Que el 31 de octubre sea el día de brujos y brujas, de espantos y espantas,  de duendes y duendas. Y si no, ¿qué hacemos con tanto brujo que hay por ahí, metiéndose en lo que no le importa?  

 

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