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Los contrastes perrunos
Martes, 11 de Febrero de 2020

“Flaco, lanudo y sucio. Con febriles  ansias roe y escarba la basura; a pesar de  sus años juveniles, despide cierto olor a  sepultura…”, fragmento del poema –El perro vagabundo-, del chileno Carlos Pezoa  Véliz, que describe la tormentosa  vida de los perros callejeros,  es decir, de los ‘chandosos’, en contraste con los canes que conviven  con las familias adineradas, a quienes les sobran los alimentos exquisitos y nutritivos, además del cuidado permanente  de los veterinarios y hasta de estilistas.

Con la paradoja anterior,  perfectamente se podría afirmar que la  forma de vida animal que más se asemeja  a la humana es la de los caninos, unos y  otros deambulan por las desiertas calles en búsqueda de mendrugos y restos de  alimentos casi putrefactos para poder sobrevivir, y los  afortunados , unos y otros, degustan caviar y liban los licores más finos, rodeados por  verdaderos ‘enjambres’ de sirvientes, o  consumen alimentos concentrados costosos y hasta son llevados a los spas para  que los liberen del estrés.

Para puntualizar esta injusta desproporción, con lo que una familia adinerada sostiene a una mascota, perfectamente podría hacerse con cuatro personas, los padres con dos hijos, pero muy de buenas los perros de razas finas y, hasta tal cual callejero, que es rescatado y tratado con todas las consideraciones; porque voy a centrarme en estos, que pululan en la ciudad y en algunos lugares bien sorprendentes.

La moda de las mascotas perrunas se ha impuesto en casi todos los países  occidentales- porque en los orientales se  los comen- y, por supuesto que nuestra  ciudad no podría ser la excepción. En los  carros particulares se desplazan papá y  mamá con los niños y no pueden faltar los alegres  animalitos que saquen sus cabezas  por las ventanas.  

No solo los pequeños les exigen a  sus padres llevar a los perfumados perritos  a los centros comerciales o lugares de  recreación, los jóvenes, muchachos o muchachas, deben exhibirlos por donde  quiera que vayan, y no faltan los caminantes, que  en las mañanas recorren las vías  céntricas y periféricas , llevando peligrosos perros sin bozal, en contravía del Código de Policía vigente y quizás dispuestos a  pagar sumas millonarias por los ataques  a  transeúntes.

Como consecuencia de la petofilia,  es decir, el excesivo amor por los perros, en los colegios locales y la misma universidad, los niños y jóvenes les llevan alimentos y los conducen hasta las aulas, con la complacencia de los docentes, ignorando los riesgos sanitarios que implica la  convivencia con  dichos  animales y  hasta  la  misma  agresión por  parte  de  ellos.

Recuerdo la primera columna que publiqué  en  este  medio y  que la  dediqué a las  víctimas de  los  falsos  positivos que  fueron  sepultadas en el  cementerio campesino de  la  vereda  Las  Liscas,  arriba  del  campus  de la  UFPSO. Los  dueños del  fatídico predio,  en  ese  tiempo  denunciaron los  perros que eran botados por sus  dueños y  los que posteriormente  se  trasladaban al  centro de  educación  superior ,  donde los universitarios comparten sus  alimentos en  las  cafeterías.

Los  rectores de los  colegios y el  director del  Alma  máter,  ignoran que los perros callejeros pueden transmitir  complicadas  afecciones  como : la  rabia, borreliosis, leptospirosis, campilobacteriosis, hidatidosis, sarna  sarcóptica, toxosplasmosis ,  toxocariasis y    Capnocytophaga canimorsus.

Además  de las  posibles consecuencias  en  la  salud de estudiantes , profesores y aministrativos,  los  eventuales  daños  sufridos por  el  ataque  de  perros,  deberán  ser  asumidos  por las mismas  instituciones educativas,  por  la  permisividad y falta  de  prevención de  sus  directivas.

“ …Ay cuántas veces quise tener cola andando junto a él por las orillas del mar,
en el Invierno de Isla Negra,en la gran soledad: arriba el aire traspasando de pájaros glaciales
y mi perro brincando, hirsuto, lleno de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio enarbolando su cola dorada frente a frente al Océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre como los perros saben ser felices, sin nada más, con el absolutismo de la naturaleza descarada. No hay adiós a mi perro que se ha muerto. Y no hay ni hubo mentira entre nosotros. Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.” , algunos versos del  poema  “Un  perro  ha  muerto”, del  gran Pablo Neruda.

Y,  definitivamente, el  afecto que  no encontramos en  nuestros  semejantes,  lo  hallamos en  estos  animales,  y  las  desigualdades sociales, étnicas,  religiosas, políticas e  ideológicas que nos  separan  a  los  humanos ,  coinciden  mucho con los  contrastes  perrunos.    

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