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¿Quién será la verdadera basura?
Decir que un ser humano es un “desechable” es rebajarlo a un nivel inclusive mucho más bajo que insinuarle que la mamá no es una mujer muy digna .
Viernes, 24 de Agosto de 2018

A la hora de ofender y vilipendiar al prójimo, la lengua castellana nos ofrece una cantidad no despreciable de palabras. Palabras que no será necesario reproducir aquí, pues, tristemente, las habremos escuchado hasta el hartazgo de nuestros vecinos, familiares, amigos y nosotros mismos; los habitantes de la frontera no nos destacamos precisamente por ser muy cultos. 

Dentro de este amplio abanico de palabras destructoras de las relaciones sociales y la dignidad humana, están las que no importa en el contexto que se les pronuncie, se sabe que son “groserías”, como diría un niño de tres años. Nadie necesita que se las expliquen para entender su denigrante significado. De este tipo son la mayoría de las malas palabras. De las personas que las vociferan no hay mucho que decir: que son vulgares, groseras, que les faltó educación (no la académica sino la dada en casa).

Hay otra categoría de malas palabras que me parecen más ofensivas y degradantes que cualquiera de las anteriores. Algunas de las palabras a que me refiero son: basura, desechable, parásito, etc. Paradójicamente, son palabras que empleadas en su contexto natural, no insultan a nadie. Pero, trasladadas y asignadas a una persona son por demás ofensivas y viles. Estas por demás ignominiosas e infames palabras, ahora no solo son usadas con el habitante de calle, sino con el vecino, el familiar, el homosexual, el político que les cae mal, la prostituta y hasta con el venezolano que habita entre nosotros.  

Decir que un ser humano es un “desechable” es rebajarlo a un nivel inclusive mucho más bajo que insinuarle que la mamá no es una mujer muy digna o que no nació por donde era; con la palabra desechable ni siquiera se le está reconociendo su condición humana. Se le está diciendo que su existencia, vida, derechos, sentimientos, deseos y esperanzas tienen el mismo valor que un vaso plástico. 

Sin embargo, como supuestamente dijo un tal Jesús de Nazaret, “de la abundancia del corazón habla la boca”, las groserías dicen más de la persona que las profiere que del que están dirigidas. Las personas que emplean este vocabulario son personas ruines, mezquinas, que piensan que la dignidad humana solo se adquiere teniendo plata y bienes y no por el hecho de pertenecer a la especie homo sapiens. Irónicamente, estos sujetos se jactan de ser buen ejemplo para la sociedad. Cuando lo cierto es que personas así son las que perpetran, promueven o perpetuán los graves hechos de intolerancia que registran los noticieros: crímenes de odio contra personas de la comunidad lbgti, linchamiento de ladrones (lo que no quiere decir que este justificando el hurto), feminicidios  y maltratos a mujer de todo tipo, y justifican las abominables “limpiezas sociales”.

Por desgracia, personas de esta calaña pululan entre nosotros, esparciendo su soez jerga producto del odio y de creerse más que los demás. Antes de intentar corregir a uno de estos reaccionarios, lo mejor es dejarlo hablando solo y evitar su perniciosa y destructiva compañía. Por un momento, rebajándome y poniéndome a la altura de estos sujetos, me pregunto ¿Quién será la verdadera basura de la sociedad? 

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