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Editorial
Al fin, acuerdo
El reconocimiento debe hacerse extensivo a todos los miembros de los dos equipos negociadores, y a los asesores.
Miércoles, 24 de Agosto de 2016

Fue un triunfo de la persistencia de las dos partes. Tanto el Gobierno como la guerrilla lograron su propósito de alcanzar un acuerdo que ponga fin a la guerra de más de medio siglo en la que perdimos todos los colombianos. Sin excepciones.

Los cuatro años de diálogo en La Habana también lo fueron de sobresaltos, interferencias e intentos de saboteo que para nada lograron hacer mella en la gran voluntad de todos los negociadores de darle a Colombia un presente y un futuro a la medida de sus aspiraciones y deseos.

El anuncio de que todo el contenido del acuerdo fue aprobado debe llenar a Colombia de motivos para creer en su enorme potencial para lograr el liderazgo al que le han impedido acceder en el hemisferio, por razón de su guerra fratricida.

El acuerdo tiene dos artífices que merecen todo el reconocimiento general: el ex vicepresidente Humberto De la Calle, negociador del gobierno del presidente Juan Manuel Santos, y Luciano ‘Iván Márquez’ Marín Arango, vocero de las Farc, de las que es uno de sus comandantes más reconocidos.

Estos dos hombres no tuvieron descanso en su intención de acordar el fin de la guerra y el camino hacia la paz, y por ello ambos merecen el reconocimiento de los colombianos y de la historia. No era fácil acabar la guerra interna más larga y sangrienta del mundo, pero con voluntad lo lograron.

Actuaban a nombre de Santos y del jefe de las Farc, Rodrigo ‘Timochenco’ Londoño, pero la capacidad de maniobra que les otorgaron y la confianza que en ellos depositaron el Gobierno y las guerrillas permitieron que hoy Colombia pueda darse un respiro en todas sus numerosas preocupaciones.

El reconocimiento debe hacerse extensivo a todos los miembros de los dos equipos negociadores, y a los asesores, pues su contribución permitió superar los contratiempos lógicos de este tipo de negociaciones, y darle piso mucho más sólido a la estructura de la paz que se construirá a partir de ya.

Pese a los rumores de todo género que daban a entender que se concedía a la guerrilla todo cuanto se le antojaba pedir, el diálogo se mantuvo al margen del día a día de los colombianos, como única manera de garantizar que se iría hasta el final. Como quedó demostrado.

Sin embargo, el hecho de que el acuerdo sea un hecho, no significa que la paz esté cerca, como se ha pensado con ligereza. La paz es el resultado de largos procesos para superar las causas que llevaron a la guerra: exclusión, impunidad, injusticia, marginalidad…

Pero ya se puede decir que todo lo que pusieron las partes sobre la mesa fue aceptado. Ahora se puede decir que hay acuerdo, y no como hasta hace dos días, cuando se repetía que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”.

Ahora ya no hay excusa para no materializar el sueño de la paz y apoyar con el sí lo acordado por los negociadores.

Hay oportunidad de dar pasos atrás, claro, pero quizás ningún colombiano sensato esté dispuesto a ser el primero en desandar lo andado.

 

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