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Editorial
Camino lógico
Venezuela podría ser marginada de la OEA, pero podría anticiparse y dejar la resolución de suspensión en el papel.
Miércoles, 29 de Marzo de 2017

No sería sorpresa alguna. Por el contrario, dejar la Organización de Estados Americanos (OEA) sería una decisión que le otorgaría al discurso revolucionario y bolivariano de Venezuela la coherencia suficiente para ser tomada más en serio.

Porque, de no hacerlo, no se comprende cómo un país que se dice atropellado por otros miembros de la OEA, y por la organización misma, permanece allí, como uno más, a pesar de que, según Rodríguez, se trata de un mecanismo disfuncional.

El presidente Nicolás Maduro reaccionó a la reciente reunión que sostuvieron los miembros de la OEA sobre la crisis en su país, con cuestionamientos en los que se preguntó si tiene sentido la permanencia de Venezuela en ese foro en el que, por lo menos 20 miembros, coinciden en sus preocupaciones por el país sudamericano.

Sobre este tópico ha habido debates casi desde 1890, cuando en Washington sesionó la Primera Conferencia Internacional Panamericana, por razones que, por ahora, permanecen inamovibles: la presencia de Estados Unidos, por una parte, y la carencia de mecanismos fuertes y eficaces para garantizar a plenitud la defensa de la soberanía de cada uno de los países en medio de tanta turbulencia regional.

El mismo nacimiento de la OEA fue dramático, en una ciudad escenario de episodios sangrientos y desestabilizadores como pocos en el Hemisferio: el Bogotazo del 9 de abril de 1948, germen de una guerra que todavía no parece encontrar fin y que ha marcado la política interamericana desde entonces.

En estos 69 años, pocas veces el organismo ha tomado decisiones severas relacionadas con la continuidad de alguno de sus miembros. En 1960, República Dominicana fue marginada de la OEA, cuando se comprobó que su presidente, el dictador Rafael Leónidas Trujillo tuvo que ver con un atentado contra su colega de Venezuela, Rómulo Betancourt.

Hubo bloqueo económico y República Dominicana no pudo vender su azúcar, pero sobrevivió.

Fue la primera vez que la OEA aplicó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), mecanismo de defensa contra un enemigo extracontinental. Pero Trujillo no lo era, como tampoco lo fue el marxismo leninismo abrazado por Cuba, lo que le valió su expulsión en 1962.

En esta decisión, la influencia de Estados Unidos está más allá de la duda.

Luego le correspondió a Honduras, suspendida en 2009, a raíz del golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya.

Los otros sí, pero Cuba no regresó ni regresará a un organismo del que un presidente como el ecuatoriano Rafael Correa dijo que está totalmente influenciado por el poder de los países hegemónicos.

Venezuela podría ser marginada de la OEA, pero podría anticiparse y dejar la resolución de suspensión en el papel: está en su derecho de renunciar, y al estilo de Cuba mantenerse lejos de donde dice que solamente la persiguen y maltratan.

Es lo que parece decir Maduro cuando reaccionó a la petición del secretario general del organismo, el uruguayo Luis Almagro, de aplicarle a Venezuela la Carta Democrática, un mecanismo que la obliga a encajar en el marco de la democracia a la manera de la mayoría Hemisférica.

Pero, según Maduro, “esta historia apenas comienza” y Venezuela “pasará a la ofensiva”. Por eso, abandonar el foro continental no causaría sorpresa alguna.

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