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La colonia pereirana en Cúcuta
Cúcuta se volvió atractiva por su cercanía y su vitrina al alcance de las condiciones de sus compradores.
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Viernes, 30 de Junio de 2017

A principios de la década de los años 60, una vez los países del norte de Suramérica, entraron a la senda de la democracia, olvidándose de los aciagos días de las dictaduras, comenzaron a darse algunos signos de crecimiento y bonanza, especialmente en la frontera común, donde tradicionalmente había florecido el intercambio desde las épocas del descubrimiento.

Cúcuta, por su posición privilegiada, comenzó a desarrollar una actividad comercial cada día más dinámica con su vecino, mercado natural desde los inicios mismos de su vida productiva. Por esa misma época, las características de la demanda y de la oferta, especialmente de bienes, era bien particular y muy diferente a lo que ocurre hoy en día. Nuestro vecino, siempre engolosinado con el petróleo, se olvidó de los demás productos, con el argumento que los ingresos obtenidos por este concepto suplirían las demás necesidades y eso les funcionó hasta cuando los precios se derrumbaron y la holgada vida dependiente del hidrocarburo se vino a pique. La copia exacta de la economía petrolera de los países árabes, donde los subsidios y las exenciones impositivas son usuales por las características de su cultura, aquí no funciona, por razones múltiples y su dependencia casi exclusiva, los ha llevado al borde del colapso, situación que tardará un largo periodo en recuperarse. 

Cuando se hizo evidente los altos ingresos de la población venezolana y su disposición al gasto, Cúcuta se volvió atractiva por su cercanía y su vitrina al alcance de las condiciones de sus compradores. Ante estas perspectivas, la industria nacional tan necesitada de compradores, tímidamente comenzó a instalar sus agencias, sucursales y almacenes sin necesidad de muchos estudios y también, como es natural en estos casos, muchos aventureros comenzaron a poblar la ciudad. Por su idiosincrasia, comerciantes innatos, naturales de los departamentos del centro del país, fueron estableciendo sus negocios, amasando fortunas y formando familias, muchos de ellos sin retribuirle nada a la ciudad; por esa razón, llama la atención el caso de la colonia, título de esta crónica, pues durante muchos años, sus coterráneos se caracterizaron por su generosidad con la localidad y sus muestras de agradecimiento por la hospitalidad, el cariño y la colaboración que recibieron de sus habitantes.

Para entrar en contexto, es necesario establecer que el punto de partida de esta colonia vino de la mano de la conocida marca de vestidos Valher, por esa época una de las más grandes empresas de confecciones de trajes para caballero en Colombia. Esta empresa creada en los años 1930, por los tres hermanos Valencia, Alonso, Esteban y Eduardo, en la ciudad de Pereira, en el entonces departamento de Caldas, ante la progresiva demanda de sus confecciones, instaló uno de sus más grandes almacenes, vinculando a sus paisanos a todas las actividades que se programaban en la ciudad. Todos sus empleados, por decirlo de alguna manera, eran oriundos de Pereira, conocida entonces como la Capital Cívica de Colombia y con esas mismas características comenzaron a impulsar actividades cívicas con desinterés y altruismo. La primera de la que tenemos noticia, se desarrolló con ocasión de la celebración del cincuentenario de la creación del departamento Norte de Santander, durante el mes de julio de 1960. Era presidente de la colonia don Armando Álvarez Marulanda, quien dirigió desde  mayo todas las acciones tendientes a proporcionarle a la ciudad una alternativa de entretenimiento con las comodidades que se tenían en esos tiempos. Las fiestas del cincuentenario tuvieron los escenarios tradicionales del momento, todas ellas en torno a las famosas “casetas”, ámbitos en los cuales se desarrollaban bailes en torno a una pista, generalmente rodeada de mesas, en las que los asistentes departían acompañados de generosas bebidas alcohólicas. La colonia pereirana se destacó, en esas festividades, con su “Caseta Ciudad de Pereira”, cuyo producido había prometido entregarlo a la Junta del Nuevo Hospital de Cúcuta y tal vez haya sido ésta la motivación para que los cucuteños volcaran su asistencia a ese espectáculo, ya que los resultados económicas sobrepasaron largamente las expectativas. Se esperaban unas ganancias de unos doce mil pesos y gracias a la masiva asistencia, se logró entregarle al tesorero de la Junta del Nuevo Hospital la suma de $26.174.86. Durante la entrevista en el día de la entrega, el coordinador de la colonia le dijo a Carlos Pérez Ángel, director de la Voz de Cúcuta “según entendemos, los dineros que tiene la Junta del Nuevo Hospital son muy pocos y por lo tanto, no es posible iniciar nada de valía por el momento, sin contar con auxilios nacionales. Nosotros trataremos de conseguir, que los dineros que le hemos entregado en el día de hoy, sean destinados de inmediato a satisfacer las necesidades más apremiantes, porque entendemos que el hospital atraviesa una situación bastante difícil. Oportunamente comunicaremos a la ciudadanía de Cúcuta, si la Junta accede a invertir esos fondos en elementos para el hospital actual. La colonia pereirana no ha hecho otra cosa que corresponder con su esfuerzo, su trabajo, su sacrificio y su iniciativa a la cordial acogida que en esta ciudad de Cúcuta, nos han dispensado. Nos ha movido a ello, la gratitud que por esta tierra tenemos y la fidelidad al lema de nuestra ciudad.”

En las siguientes fiestas se instauró el primer Festival de la Frontera y en esta ocasión, la colonia pereirana no escatimó esfuerzos para mostrar nuevamente su agradecimiento con la ciudad, esta vez con la promoción de una nueva actividad, aunque su nombre guardara la misma relación que en las fiesta anteriores. Se trató de la “Caseta Cúcuta por Pereira”, sólo que no era caseta como las que se conocían. No era una pista improvisada en un lote polvoriento como sucedió el año siguiente en los alrededores de la avenida cero, aún sin pavimentar, sino que se llevó a cabo en los elegantes salones del Club del Comercio, que tenía su sede en la esquina de la avenida 4 con calle 11; allí, durante los tres días del festival, se desarrollaron los bailes más admirables de esas fiestas que hoy han tomado la denominación latina de “fiestas julianas”.

Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com

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