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Segundo juicio en Francia por el genocidio ruandés
Dos exalcaldes están acusados de haber participado directamente en la masacre de cientos de refugiados en la iglesia de Kabarondo.
Domingo, 8 de Mayo de 2016

Dos exalcaldes ruandeses serán juzgados a partir de mañana en París por su supuesta participación en el genocidio ruandés de 1994 que causó 800.000 muertos, el segundo juicio en Francia por las masacres en el país africano.

Octavien Ngenzi y Tito Barahira, que niegan los hechos, están acusados de haber participado directamente en la masacre de cientos de tutsis refugiados en la iglesia de Kabarondo, una localidad del este de Ruanda, el 13 de abril de 1994.

Sobre los dos hombres, alcaldes sucesivos de la ciudad, pesan cargos de “crimen contra la humanidad”, “genocidio” y “práctica masiva y sistemática de ejecuciones” para aplicar un “plan concertado con el fin de destruir” el grupo étnico tutsi.

Este juicio, que durará ocho semanas, se celebra dos años después del de Pascal Simbikangwa, un excapitán del ejército ruandés condenado a 25 años de reclusión criminal por complicidad en crímenes de genocidio.

En octubre de 2015, el caso del sacerdote Wenceslas Munyeshyaka, el primer ruandés objeto de una denuncia en Francia, fue sobreseído.

Por su parte, el presidente ruandés Paul Kagame, que acusa a Francia de haber apoyado a los responsables del genocidio, invitó recientemente a París a que “clarificara su posición”.

Actualmente, 26 casos relacionados con el genocidio ruandés de 1994 son instruidos en Francia por un grupo de investigadores y magistrados especializados en crímenes contra la humanidad. Este grupo fue constituido tras recibir múltiples denuncias contra las masacres, cuyos autores se encuentran refugiados en Francia.

‘Los dos alcaldes daban órdenes’

A diferencia del primer proceso, que abordaba los asesinatos en los retenes en la región natal del presidente hutu Juvénal Habyarimana, cuyo asesinato fue el detonante del genocidio, el caso contra los dos exalcaldes se centra en una zona concreta de una provincia.

En Kabarondo, las masacres se perpetraron en un espacio limitado, entre el estadio de fútbol, el ayuntamiento y la plaza del mercado, y en un tiempo récord.

En esta localidad cercana a la frontera con Tanzania, los asesinatos terminaron antes de finales de abril, con la llegada de la rebelión tutsi del Frente Patriótico Ruandés (FPR, actualmente en el poder. En Kigali, la capital, el genocidio acabó en julio).

En total, las masacres dejaron más de 800.000 muertos, según cifras de la ONU.

“En este segundo proceso, nos enfrentamos a un acto de genocidio mucho más concreto, con víctimas. Tenemos unos 50 testigos que vienen de Ruanda”, declaró a la AFP Alain Gauthier, presidente del Colectivo de Demandantes Civiles para Ruanda (CPCR), una asociación que ha promovido la mayoría de investigaciones ruandesas.  

Según la investigación judicial, Tito Barahira y Octavien Ngenzi, alcaldes de Kabarondo respectivamente en 1977-1986 y 1986-1994, son personajes clave de una administración que se puso al servicio de los asesinos. 

“Pasivo” durante las primeras masacres, Ngenzi es presentado más tarde como alguien que “daba órdenes”, igual que Barahira.

Sus abogados, Philippe Meilhac y Françoise Mathe insisten en que sus clientes “niegan cualquier participación en las masacres” y destacan “las múltiples contradicciones de los testigos que los acusan”.

El recuerdo doloroso de un sobreviviente

“En cuanto me acerco a esa iglesia, me vuelvo loco”, asegura Jean-Damascène Rutagungira, que el 13 de abril de 1994, una semana después del inicio del genocidio en Ruanda,  asistió a la matanza de toda su familia en esa parroquia de su pueblo, Kabarondo, al este del país.

Veintidós años más tarde, este agricultor se dispone a declarar en París contra quien fuera entonces alcalde de Kabarondo, Octavien Ngenzi, y su predecesor, Tito Barahira, juzgados por su presunta participación en el genocidio.

“Perdí a mi mujer, a mis hijos, a toda mi familia”, recuerda Jean-Damascène, al recordar aquella funesta iglesia católica. A su entender, la culpabilidad de los dos acusados no ofrece la menor duda.

“Si no hubieran estado ahí, no habría habido tantos muertos” asegura este tutsi de unos 50 años, sentado ante su casa rodeada de campos de maíz y bananos.

En la mañana de aquel 13 de abril, la población y las milicias hutu Interahamwe se prepararon para iniciar el asalto desde la plaza del mercado.

Jean-Damascène, refugiado en la iglesia, está convencido: Octavien Ngenzi y Tito Barahira formaban parte de los asesinos.

Armados con piedras, los Tutsi intentaron resistir, pero no lograron oponerse a los militares y a los milicianos que llegaron como refuerzo, equipados con granadas y armas de fuego.

“Hubo muchos muertos. Había cadáveres por todas partes frente a la iglesia”, rememora Jean-Damascène.

Los milicianos hicieron salir de la iglesia de ladrillo a los supervivientes, y procedieron a “separar los hutus de los tutsis”. La madre de Jean-Damascène fue abatida ante sus ojos.

Luego otra mujer salió de la iglesia. “Una anciana que se llamaba Joséphine Mukaruhigira”, prosigue. “Se dirigió a Tito Barahira y le dijo: ‘No me maten, soy hutu’”.

Pero Tito Barahira “la empujó y la mujer cayó de bruces. Y ahí, un Interahamwe la mató de un mazazo en la cabeza”. “Yo lo vi”, insiste.

El antiguo alcalde salvó en cambio de la matanza a un hutu cuya madre era tutsi, lo que prueba, según el testigo, la influencia del exdirigente. “Todo el mundo era asesinado, pero este hombre se salvó porque así lo pidió Tito Barahira”, dice Jean-Damascene.

Respecto a Octavien Ngenzi, éste “daba órdenes” pero de forma más discreta, puntualiza.

Tras el asesinato de la anciana, los milicianos ordenaron a los supervivientes que se pusieran de rodillas y que escondieran su rostro. “Luego uno de ellos gritó: ‘Llegó el momento de cortar’. Y empezaron a matar a la gente a machetazos”, relata.

Jean-Damascène logró huir milagrosamente y sobrevivió escondido en la selva, hasta que el Frente Patriótico Ruandés (FPR) - exrebeldes tutsi hoy en el poder- llegó a la zona a finales de abril.

Octavien Ngenzi y Tito Barahira niegan los hechos que se les reprocha. El primero admitió durante la investigación que se vio superado por la locura asesina imperante y no pudo oponerse a ella.

Pero ese argumento es difícilmente aceptable para los supervivientes. Oreste Incimatata, cura de la parroquia de Kabarondo en 1994, asegura que ambos hombres “eran poderosos” y “tenían mucha influencia entre la población” por su estatuto de alcaldes.

París | AFP

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