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Alegría de leer… y escribir
Anota que en los Estados Unidos en los años 80s se hizo una reflexión...
Lunes, 15 de Octubre de 2018

Quienes son matemáticos, físicos, médicos o ingenieros (as) tal vez no tienen que escribir tan a menudo como quienes ejercen otros oficios, por ejemplo,  el periodismo, la docencia, la literatura o la abogacía. En esta última escribir es una práctica diaria. El abogado (a) así sea representando intereses de personas en asuntos judiciales, o como asesor, consultor, o fiscal, procurador, juez, árbitro, conciliador o inspector, escribe todos los días a todas horas; escribe o redacta memoriales, conceptos, actos administrativos, oficios, sentencias, actas. Además, existe la creencia de que los abogados (as) saben escribir, lo cual hoy en día es más mito que realidad.  

Lo dice el “Manual de escritura Jurídica” del profesor de la Universidad de Los Andes, Diego Eduardo López Medina. Cuando vi la reseña y publicación del libro en un periódico hace un mes, lo pedí a la Editorial Legis de Cúcuta pero se había agotado en pocos días igual que en Bogotá. Tuvieron que reimprimir la primera edición hace 15 días y se agotó en menos de una semana. Excelente que los estudiantes de derecho y los abogados en general nos compenetremos con el texto de esta buena obra, porque ahora que se habla otra vez de reformar la justicia, sin duda alguna, uno de sus núcleos alternos tiene que ver con la ausencia de saber escribir, una habilidad que se ha olvidado en la era del chat y que se origina en  la primaria y el bachillerato pasando por las facultades de derecho. 

Relata el profesor López, quien dirigió un equipo de investigación para producir el Manual, algo contundente: en 2017 se iniciaron en el país alrededor de dos millones setecientos mil procesos judiciales, sin contar los que ya existían, y de esa cantidad, 102.095 fueron demandas contra el Estado, sin sumar las miles que venían en trámite. La investigación se refiere a la calidad de la escritura tanto en los memoriales de los (as) abogados como en las decisiones de los jueces y los tribunales administrativos del país. Anota que menos de un cuarto de la documentación incluida en los diferentes expedientes hubiera sido necesaria para decidir los diferentes pleitos. Se escriben memoriales “que nadie lee y a pocos interesa… documentos extensos, complejos y, en muchos casos, mal preparados” y en réplica, agrega,  “…los jueces, a su vez, les pagan a los abogados con la misma moneda: profiriendo sentencias kilométricas”.

Anota que en los Estados Unidos en los años 80s se hizo una reflexión y un esfuerzo por enseñar a escribir en las facultades de derecho y fue así como se creó una nueva disciplina, el legal writing o redacción jurídica, la cual se ha convertido en un saber sistemático con rendimientos educativos y científicos tangibles y se tradujo en el Legal Writing Institute (LWI) creado en 1.985. Tiene patrocinio de diversas facultades de derecho, celebra congresos, seminarios y conferencias y tiene profesores especializados en el tema.  Todo apunta a que los abogados puedan comunicarse de manera eficaz tanto con los clientes como con los jueces y estos a su vez con los abogados y las partes, utilizando el idioma en forma clara y sencilla, sin utilizar palabras adornadas e inútiles. 

En siete capítulos y 250 páginas plantea el Manual que, obvio, primero se trata de saber leer, luego de comprender a cabalidad los hechos del caso, de adquirir la capacidad de síntesis (que no es tan fácil, parecido a aprender a tocar piano) y escribir textos cortos y precisos, utilizando palabras ojalá exactas en el momento oportuno. Eso tanto en memoriales, como en conceptos y sentencias, pues sin ninguna duda: gran parte de la congestión judicial en Colombia deriva de no saber escribir.

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