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Campanas azules
La Navidad es un buen pretexto para apacentar el alma.
Domingo, 22 de Diciembre de 2019

Ahora que aprendí a vivir el júbilo silencioso, disfruto más las novedades bonitas que ocurren en diciembre; en mi caso, crecen las sensaciones de ternura y hago amasijos de caminos espirituales para rondar los secretos del corazón, con pasos sigilosos, porque es como recorrer los rastros frescos de esa bondad que uno tiene escondida y no debe dejar ver, del todo, porque pierde su encanto. 

La Navidad es un buen pretexto para apacentar el alma, para despertar de un letargo superficial que se vive durante el año y sentir que el tiempo nos mira con una benevolencia bendita, con la tibieza de los ojos del recuerdo.

Las razones escondidas de la nostalgia salen a flote y aparecen detrás de las matas, o de los pájaros, para ir llenando la espera de una especie de reconciliación con la vida, por tantas puertas cerradas a los sentimientos.

Entonces uno oye de cerca los pasos de los viajeros y los cantos de amor de las mariposas y ve aproximarse las luces que disipan las sombras de la timidez; así, las fantasías surgen esplendorosas.

La luna es distinta y los niños actualizan las huellas de la alegría, de su mirada se desprende un halo de luz que enseña, algo así, como una mudanza que rescata aquella convicción del infinito que sólo se da en la inocencia.

Las emociones se cuelgan, como gajos, de ese silencio majestuoso que posee sonidos invisibles de bondad repicando a un porvenir misterioso, como la música de una campana callada que es capaz de crear un acertijo azul que nos llama con un eco hecho de cielo.

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