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Carta a un negro que se fue sin despedirse
Han pasado cuatro años desde aquella mañana gris. Y no te hemos olvidado, poeta. Tu familia y tus amigos no te hemos olvidado.
Lunes, 8 de Julio de 2019

Ajá, negro:

¿No te enseñaron en la escuela, que es mala educación largarse sin despedirse de los amigos?

¿No viste urbanidad en el colegio?

¿O te entraba por una oreja y te salía por la otra?

Eso no se hace, amigo del alma.

Por si se te olvidó, te hago un recorderis. Esa semana de tu partida teníamos una cita del Grupo literario Escribarte, del que tú formabas parte. Sacaríamos un nuevo libro y necesitábamos definir algunas cosas del proyecto, en lo cual tú eras un hacha. Tú nos orientabas, tú nos dabas cartilla, tú nos guiabas.

Es decir, te necesitábamos, como te necesitaban tu esposa Marlene y tus hijos Carolina y César, como te necesitaban tus alumnos, como te necesitaba el magisterio y Cúcuta y la juventud y la poesía y … Todos te necesitábamos, Negro.

Entonces, ¿por qué no nos dijiste que tenías una cita a la que no podías faltar con el destino?

Por qué dejaste que tus amigos escritores nos llenáramos de sueños alrededor tuyo? 

Era el primer día de clase, después de las vacaciones semestrales. Según lo dijo en un cuento el escritor Raúl Sánchez Acosta, Marlene te rogó que no fueras ese día a trabajar. El primer día no hay clases, todo se va en arreglar los salones, alinear pupitres, hacer planes de estudio para el semestre que comienza y reuniones aburridas con el rector y el coordinador, te repetía ella cariñosamente. Pero tú, terco, responsable, cumplidor de tus obligaciones, no le hiciste caso y te marchaste, ligerito, porque se te estaba haciendo tarde. Si la hubieras escuchado, Negro, las cosas no se hubieran dado como se dieron. Las mujeres tienen un sexto sentido. Tú lo sabías. Tú lo sabes. Pero pudo más tu afán de ser, como siempre lo fuiste, un maestro a carta cabal, cumplidor, preciso.

Te fuiste de blanco, tu color preferido. Pantalón de lino blanco y guayabera blanca, que te hacían juego con tu sonrisa blanca, y cortaban bien con tu piel morena. Te fuiste en tu Volkswagen negro, pequeñito, que tanto te gustaba porque parecía una prolongación del color africanizado de tu piel.

No eras negro. Apenas moreno. Pero tus amigos te llamábamos “Negro”, te lo decíamos con el alma, y tú, que te sentías orgulloso de tu color y de tus raíces y del mar de Portobelo que llevabas por dentro, sonreías, y contestabas con cariño:

-Ajá, ¿y tú qué?   

Te fuiste a tu colegio te sucedió lo que tenía que suceder. La noticia nos llegó de inmediato. Que te habías escapado a otros mundos. Imposible, dijimos. No lo podíamos creer. Y se nos llenó el corazón de angustia y los ojos de lágrimas. La realidad es cruel.

Han pasado cuatro años desde aquella mañana gris. Y no te hemos olvidado, poeta. Tu familia y tus amigos no te hemos olvidado. No sé hasta cuando seguirán esa herida sin sanarse y esa pregunta sin respuesta: ¿Por qué, Pedro por qué?

Nos queda el consuelo de haber disfrutado tanto tiempo de tu presencia, de tus versos, de tus cuentos, de tu risa blanca y diáfana, de tu compañía, que siempre estaba ahí, en el momento preciso.

Nos quedan tus enseñanzas y la alegría de saber que en el cielo les harás recitales a los habitantes de ese misterioso mundo, incluyendo las Once mil, que imagino bellas, y a las que les dedicarás tus poemas cargados de ternura.

Te extrañamos, Negro, y no te olvidaremos porque tu nombre, Pedro Cuadro Herrera, quedó grabado con efectos indelebles en el alma de los que te conocimos. Tu recuerdo sigue intacto 

gusgomar@hotmail.com

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