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Declinación de la montaña
Ya no hay alma para amarlas, porque el mundo está ávido de riqueza y cedió su patrimonio a la tecnología.
Domingo, 24 de Marzo de 2019

Las montañas de antes lucían airosas, dejaban imaginar caminos de árboles y rutas de pájaros, surcos que parecían fluir de sus entrañas, rumbos que iban hacia el oriente próximo. 

Uno alzaba la mirada y en ella se sembraba un pájaro, o aspiraba el viento y en su aroma se deslizaba una querencia de lluvia, o de sol, en una danza feliz en susurro con el don de la esperanza.

Ya no hay tiempo para disfrutarlas, pasan desapercibidas, frustradas en su coqueta manera de erguirse y, en lugar de recostarse en las bendiciones del cielo, declinan su sueño y los reflejos de antaño se hunden en su misterio; sólo se observan sierras que hacen temblar las hojas y estremecen de miedo a los animales.

Ya no hay alma para amarlas, porque el mundo está ávido de riqueza y cedió su patrimonio a la tecnología, con disfraz de progreso, y ha quedado sin la reserva espiritual de una ecología que lo sublime. Ya ni la luna, ni el sol, se proyectan nobles sobre los peregrinos que iban cantando, y las ráfagas aserradas cortan sus filos, como si no tuvieran ángel de la guarda.  

Ya no hay senda de avance sino de retorno, abandono por cobardía, sin vientos ni canciones bonitas que cuenten la magia de los gajos colgantes, el color de las flores y el silencio vertiginoso con que suspiraba de amor un colibrí: en el principio era la naturaleza, ahora, en el lugar de las cestas de comiso, las piedras yertas piensan en el pasado. 

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