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Democracia participativa
En los próximos comicios del 27 de octubre no nos equivoquemos. Que resulten elegidos los mejores.
Lunes, 14 de Octubre de 2019

Con la Carta de 1991 prácticamente se le dio la estocada final al centralismo rampante, como lo llamaban los costeños insistentemente cuando sentían que desde la fría capital las decisiones les eran adversas. 

Centralismo que estuvo vigente con esa característica desde la Carta de Núñez y Caro. Claro, más de Caro que de Núñez, quien no quiso sancionarla aunque le favorecía en lo que para él era esencial: la definición de una situación personal.

Entonces se inauguró la época según la cual “Colombia es un Estado social de derecho, (…), democrático, participativo y pluralista,…”. 

Efectivamente, seguimos siendo democráticos, aunque con algunos defectos propios de nuestra condición socioeconómica -y hasta cultural-, y con el pluralismo político que se implementó la sociedad se dividió en diversas formaciones políticas con ideas e intereses diversos, con lo cual se esperaba que fuera una fortaleza y no una debilidad.

Dicho de esa manera suena de avanzada y encantador, pero si vamos a terreno y miramos retrospectivamente se advierte con facilidad que las opiniones están escindidas: unos quieren regresar al pasado y otros mantenerse como ahora. 

Lo cierto es que algunas entidades territoriales, aunado a la concesión de autonomía, aprovecharon el momento histórico citado para reorganizarse en todo sentido: financiera y urbanísticamente, por ejemplo. 

Ningún caso tan elocuente como el de Barranquilla y Medellín, si hablamos de ciudades, que prácticamente dejaron atrás, a años luz, a quien debería ser la ciudad modelo: Bogotá, que tuvo antes del actual alcalde, Enrique Peñalosa Londoño, tres administraciones que la llevaron al despeñadero.  

Barranquilla empezó su transformación con el primer alcalde popular, el padre Bernardo Hoyos, que rehabilitó y redimió todo el sur de la ciudad, y hace algunos años esa bandera reformista la tomó la formación política de Fuad Ricardo Char Abdala -primero con su partido Voluntad Popular y luego, al renunciar a éste, con Cambio Radical-  que extendió su acción a los otros puntos cardinales de la ciudad, sin descuidar el sur. Hoy se tiene una Avenida del Río de verdad, que no es sólo una carretera, es un conjunto armónico de obras que los habitantes de la Arenosa, como la llamó Mariano Ospina Pérez, disfrutan en familia. El norte de la ciudad tiene ahora un trazado urbanístico envidiable, al mejor estilo de La Florida. Estoy en condiciones de hacer el contraste de lo que era “Quilla” hace 40 años y lo que es ahora. Los Char han hecho las cosas tan bien, que los quieren llevar a los estrados judiciales y al paredón. ¿Quién entiende?

Ni para que me refiero a Medellín, donde sus habitantes tienen una ciudad moderna y un sentido de pertenencia que no permite concesiones. Ambos son ejemplos a imitar. 

De manera que algunas entidades territoriales aprovecharon la implementación de la democracia participativa y, por ello, en los próximos comicios del 27 de octubre no nos equivoquemos. Que resulten elegidos los mejores.  

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