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El cartabón del tiempo
Su magia real se da en cada unidad de nostalgia que se enraíza en el alma y dura un espacio de libertad.
Domingo, 29 de Octubre de 2017

La esencia del tiempo se nos ofrece a sí misma, ingenua, en el frutero de cada día, en estaciones de sensibilidad que pueden hacerse, cada vez más, beneficiosas y arraigarse a los sueños buenos, para desgranar los minutos, o tomarlos a sorbos de café en la mejor escuela de la dignidad, que es el silencio.

Su magia real se da en cada unidad de nostalgia que se enraíza en el alma y dura un espacio de libertad: así, emerge el concepto sagrado de una intimidad que puede contemplar maravillas, incluso crear patrones de mesura personales, y, espléndidas muestras de pureza y estabilidad.

Todo esto representa la noción sublime de dar justo valor al tiempo, dejarlo ser, saber que su camino es más largo la primera vez que se recorre, pero se hace plástico y continuo cuando lo alojamos con afecto en nuestro corazón.

Para los artistas, es inspiración y una longitud de emociones diferente, que lleva al sentimiento espiritual de trasmitir belleza; para los genios, igual, pero más allá, porque se proyectan a la evolución del ser; para nosotros, los pobres mortales, en especial a quienes no tenemos gracia y sólo podemos admirar a genios y artistas, arrecia con una exigencia de sacrificio arduo, gradual, que libera señales benignas para intentar comprenderlo. 

De manera que medir el tiempo es sólo un juego de cartabones (antiguo instrumento de las costureras) que inventamos los humanos, una alternativa de espera útil para superar la ofuscación de los momentos terrenales.

Entonces descubre su secreto: cuando quiere, se alarga hasta la angustia y, al revés, si desea, se adelgaza en segundos y se cuela en los sentidos como alegría, o tristeza, en cada cosa que mira, toca o anhela pero, en definitiva, impacta, proporcionalmente a la hondura que hayamos desarrollado en el alma.

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