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El fin de un duunvirato
Ojalá hubiese existido desde antes la ‘Economía Naranja’ y sus incentivos económicos empresariales, quizás la venta de contenidos simbólicos los hubiese salvado de tener que venderse ellos mismos.  
Domingo, 29 de Diciembre de 2019

Un duunvirato es una alianza entre dos fuerzas políticas para gobernar un territorio. 

Con el riesgo de quedar como ignorante, debo decir que como politóloga no conozco un duunvirato exitoso, a excepción del duunvirato técnico que se practica en Andorra (hay dos copríncipes, el presidente de la República Francesa y el obispo de la diócesis de Urgel), por lo que aún no entiendo por qué en Colombia seguimos insistiendo en crear regímenes administrados por un duunvirato. 

Los dos casos más famosos: El duunvirato nacional, y el duunvirato cucuteño, liderado por el condenado exalcalde Ramiro Suárez (en adelante, RS). 

El exmandatario no sólo puso alcalde en el período 2016-2019, su poder es tan grande que ha concentrado la mayoría de los cargos, contratos y destinos de la administración municipal. 

Ha ostentado la Presidencia del Concejo varias veces, obtuvo el contrato de consultoría del POT, tiene curules en el Congreso, maneja empresas de transporte, aseo y vigilancia que contratan directamente con el Municipio, puso Personero y Contralor durante años; y es dueño de entidades y dependencias cucuteñas, tanto así, que, en 2016, cuando entró el gobierno, nueve (9) secretarios de despacho eran cuerda directa de RS.

El duunvirato que gobernó durante cuatro años a Cúcuta y que conquistó 100.000 votos a la alcaldía en su momento, termina hoy. 

No hacen falta más razones para celebrar, a pesar de que, en nuestra ciudad, claramente hay más motivos para estar contentos en este fin de año. 

El monstruo bicéfalo que nos gobernó no sólo fue siniestro por las lesiones que causó al erario y a la democracia, sino por los héroes de la letra caídos a sus pies y puestos a sus órdenes. 

Me causa gran tristeza pensar en los genios, historiadores, filósofos y letrados cucuteños que corrompió el ramirismo. 

Ojalá hubiese existido desde antes la ‘Economía Naranja’ y sus incentivos económicos empresariales, quizás la venta de contenidos simbólicos los hubiese salvado de tener que venderse ellos mismos.  

Además, cada vez que se tomó una decisión crítica en Cúcuta, se inauguró una obra o se logró alguna gestión, los ciudadanos nos preguntamos si venía de la mano de Suárez, o del otro alcalde. Y saber que todos vivimos al servicio de La Picota, “duélale a quien le duela”, estuviésemos de acuerdo o no, verdaderamente me impactó. 

Sin embargo, algo más impresionante que esto es ver a personas que todavía defienden el duunvirato y exhortan las ‘labores sociales’ de RS. El otro día, en el local de una prestigiosa diseñadora cucuteña, la dueña decía: “¡Pobrecito mi Ramirito!, cómo se burlan de él porque está en la cárcel, y cuánta falta nos hace, y él, tanto que nos ayuda en nuestra fundación, es de gran corazón”. No era una señora humilde a quien Ramiro le ayudó al hijo a ingresar en la Ufps con una beca, sino una persona a la que acudimos cuando necesitamos un vestido de gala y de alto valor.

En medios independientes se ha hablado en varias ocasiones sobre lo desgastadas que están las relaciones al interior del duunvirato. Es cierto que a pesar de que uno es padrino y el otro ahijado, las patas del monstruo no avanzan en la misma dirección. Hay uno que tiene miedo, y por eso, durante los últimos meses ha calculado con más cuidado sus andanzas en el Gobierno, y el otro, quien representa el miedo, sigue exhortando a sus cuotas a violar un sinnúmero de reglas y normas, con tal de tener más recursos de dónde disponer. 

Así sea cierto o no el desgaste del duunvirato, lo cierto es que hoy llega a su fin. Por ello, hoy, mi único deseo es que en Cúcuta nunca más tengamos un duunvirato, de ningún tipo. De esta forma, la ciudadanía aprenderá a identificar un líder (uno solo), y un equipo de trabajo que lo acompaña; que nunca más el poder tiemble por órdenes que llegan a los oídos o a las pantallas, y que nunca más la gente viva la incertidumbre de no saber a quién felicitar cuando la ciudad avance. 

Es cierto que, para recuperar la ciudad de los nefastos negocios y longevas concesiones que nos heredó el duunvirato, se tendrán que hacer grandes sacrificios y a todos nos va a tocar, sí o sí, convertirnos en alcaldes, pero el ejercicio valdrá la pena con tal de recuperar nuestra libertad como ciudadanos, y nuestro liderazgo colectivo. 

Sólo así recuperaremos nuestra dignidad y condición de ciudadanos, de personas con voz y voto en las decisiones que afectan lo público. Nuestra victoria más grande será que nunca más nos contabilicen como “calaveras” al servicio de un duunvirato.

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