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El humor nació en agosto
Descanse en la paz de su humor, Don Lucas, un autor para antes, en y después de la pandemia.  
Lunes, 31 de Agosto de 2020

Cumplía años el 6 de agosto, el mismo día que su ciudad, Bogotá. No es ninguna audacia afirmar que ha sido el humorista más importante que ha parido la tierra Locolombiana. 

Hace un montón de años (parece que fue mañana), Lucas Caballero Calderón, Klim, abrió el paraguas e ingresó a la inmortalidad (15 de julio de 1981) llevándose consigo la receta de humor más demoledora que “lengua mortal decir no pudo”. 

A Klim le bastaban su levantadora perpetua, piyama eterna, máquina de escribir, dosis personal de soledad, que no falte la timidez, pantuflas de abuelo, televisor en blanco y negro (blanco y Bula, decía en alusión a un político cordobés), dos escuálidos dedos índices que le dieron un máster en chuzografía, tinto o su pariente rico el whisky, mucho cigarrillo, pocos kilos que lo asimilaban a un Don Quijote liberal, chivera, y unos ojos vivarachos que, como lupas, penetraban en los intríngulis de la vida diaria. 

Todo esto adobado con dignidad y mucha información, de la común y corriente, y otra privilegiada, que manejaba para hacer sonreír, pensar y asombrar a sus lectores. Y temblar a los poderosos, que pagaban escondederos a peso cuando el escritor se ocupaba de sus pecaminosas biografías. 

No sólo era dueño del más irónico y devastador humor. También era un escritor castizo de altísimo turmequé. Conocía los recovecos del idioma como el que más. 

En realidad, no sabe uno qué admirar más en el maestro: Si su sorprendente sentido del humor, su exquisita factura literaria, su integridad, o su valentía para denunciar los lapsus de los del gajo de arriba.

Fueron famosas las columnas de Klim en El Tiempo donde colaboró por espacio de 37 años, El Espectador y Cromos. Lo esperaban hasta el último segundo del cierre para que tuviera la caridad de dejarse venir con su maná literario. Esos medios, sin Klim, eran como un ajiaco de pollo sin pollo. 

Patentó una forma exclusiva de hacer humor y arrojó la receta al mar. Sólo una persona escribía como él: él mismo. 

Su hermano, el novelista Eduardo Caballero, recuerda en algún prólogo que “como el niño con un juguete nuevo, el humorista todo lo tiene que desbaratar y volver pedazos para saber lo que tiene por dentro”.

También dijo que “Lucas es tal vez el más libre, el más acendradamente liberal de todos los liberales colombianos”.

Era propiedad privada de todo el que lo había leído. Era la voz de los que no tienen emisora y la rotativa de los que no tienen periódico. Era imprescindible como el agua y la luz. Don Lucas era un servicio público más. 

Descanse en la paz de su humor, Don Lucas, un autor para antes, en y después de la pandemia.  

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