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¿El renacimiento del liberalismo?
Mientras se hunde poco a poco lo que queda del cascarón rojo, brillan liderazgos como el de Juan Manuel Galán y Juan Fernando Cristo.
Domingo, 9 de Septiembre de 2018

El filósofo y escritor inglés, Edmund Burke, definió a los partidos políticos como un grupo de hombres unidos para impulsar, mediante su labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio en particular. El autor de este pensamiento mencionó también que dichas organizaciones deberían perseguir fines superiores a los puros intereses mezquinos por obtener puestos burocráticos.

En las sociedades democráticas, los partidos políticos participan de una serie de funciones relevantes para la comunidad y el Estado. En los procesos electorales y en la integración de las instituciones del Gobierno, estas organizaciones políticas son actores fundamentales a la hora de desarrollar una opinión pública respecto a la exposición de diversas opciones de proyectos y programas para la ciudadanía, siempre de acuerdo con la ideología que cada uno representa.

Cuando un partido es fiel a su filosofía y representa con sus acciones las políticas que promulga, podríamos decir que es un movimiento coherente, y los individuos que estén de acuerdo con esta corriente se fortalecen y sus integrantes crecen con el tiempo.

Ejemplo de lo anterior, se evidencia con el Centro Democrático. Sin importar si estamos de acuerdo o no con sus tesis, este partido ha promulgado por varios años unas políticas de derecha, o extrema derecha quizás, pero siempre fiel a sus convicciones han cautivado un electorado que se siente identificado y confía plenamente en sus representantes.

Lamentablemente, no todos los partidos terminan obedeciendo la estructura ideológica por la cual fueron creados y se derrumban a los intereses individuales de unos pocos que, aprovechando posiciones de ventaja y poder, toman decisiones sin consultar a la colectividad que les otorgó su vocería. Estas acciones irresponsables generan desconfianza en los militantes del partido político y lo debilitan con el tiempo. 

Una penosa muestra de como acabar con un Partido, la estamos viendo con los actos del presidente del Partido Liberal, César Gaviria. Lo que iba a representar un acto de unión y respeto al nombrar a Gaviria jefe único del liberalismo, acabo siendo el peor error del Partido y, bajo esta nueva dirección, se han creado profundas fisuras dentro de la colectividad y una crisis de credibilidad frente a la opinión pública.

El que era conocido como el “glorioso Partido Liberal”, el que defendía las clases menos favorecidas como lo exigía Jorge Eliécer Gaitán, o enfrentaba la corrupción como lo hacía valientemente Luis Carlos Galán, ha quedado reducido a una maquinaria gris sin ninguna dirección real.

Bajo la administración de Gaviria, nunca olvidaremos que gran parte de esta colectividad abandonó cobardemente a su candidato presidencial Humberto de la Calle, y el mismo día que este fue derrotado, Gaviria sin sonrojarse hizo oficial lo que hace meses tenía cuadrado, le regaló el Partido al candidato del uribismo. No hubo acuerdo programático, simplemente se arrodilló para apoyar al movimiento que hizo campaña en contra de las posturas que defendía el liberalismo.

Ahora, en lo que se puede llamar un “doble salto mortal”, después de apoyar al candidato Duque y siendo consciente lo que él representaba, resuelve que el Partido Liberal debe apartarse del nuevo Gobierno, porque, en palabras Gaviria: “es difícil estar donde no nos han invitado” y “no se puede pertenecer a un gobierno que no se sabe que contiene”. Este tipo de volteretas en tan poco tiempo son una clara señal que la dirección del Partido ha estado inclinada en beneficios personales y prácticas clientelistas.

Mientras se hunde poco a poco lo que queda del cascarón rojo, brillan liderazgos como el de Juan Manuel Galán y Juan Fernando Cristo, entre otros, que tienen la convicción que las banderas liberales no le pertenecen a una casa politiquera de Bogotá, sino está en las manos de todas la bases ciudadanas que defienden el “trapo rojo” por lo que verdaderamente representa; ideales de libertad, justicia, equidad social y la defensa de los derechos humanos en un país incluyente. Tengo la certeza que cuando algo muere, algo mejor nacerá.

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