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Ellos o nosotros
Estamos permitiendo que ellos nos miren a los ojos, otra vez, y altaneros e insolentes, nos quiten las ganas de seguir viviendo. 
Martes, 1 de Mayo de 2018

De las cosas mas grandes que nos trajo la posmodernidad fue el “y”; las ideas, los conceptos, ya no eran excluyentes: Ya no se usaba la fórmula “ellos o nosotros”. Ahora, nos decía la posmodernidad, era “ellos y nosotros”. 

No es un cambio cosmético, en modo alguno.  Era la inclusión. La llegada de las opiniones diversas, del reconocimiento del otro.  En fin, el mundo era un lugar grande, generosos, donde todos cabían. 

Por estas tierras la inclusión se asentó en la Constitución del 91, con sus grandísimos avances en materia del reconocimiento de las minorías y la tutela. Una miríada de cosas buenas.  

Sin embargo, y como casi todo en nuestro terruño, se nos fue la mano: A los narcos les dimos tregua.  A los delincuentes, segundas y hasta terceras oportunidades. Volvimos política de estado el ser permisivos, en exceso generosos. 

Y ellos aprendieron la lección. Ahora, nos dice el señor Fiscal, ellos atentan contra nuestra forma de vida, contra nuestra organización, contras nuestras autoridades e instituciones. “Ha revivido un enemigo: El narcotráfico”, señaló el Martínez en días pasados. 

Ellos son a los que perdonamos una, dos y tres veces. El delincuente reincidente o el indígena prevalido de su condición favorable que se parapetó en la justicia de su pueblo para salirse con la suya. 

Ellos ya nos pusieron en jaque. ¿Se acuerdan? Yo sí: me acuerdo de las bombas y del miedo en las carretas. Me acuerdo del temor en los centros comerciales, y de las cortinas de la casa cerradas para evitar que las esquirlas, en caso de una bomba, cayeran sobre la cuna de mi hermana. 

Ellos habían comprado policías, y jueces, y quizá senadores, y uno que otro ministro. Se les encimó un presidente. Por eso nos miraron con altiveza, desafiantes. Redactaron la Constitución del 91. Ahí, aún, se ve su gramática. 

Nos salvamos por poco. Porque hubo un instinto de supervivencia que imperó. Ganó el deseo de seguir siendo una tribu organizada y unos héroes decidieron no claudicar. Aún sus monumentos, humillados por los grafitis, nos los recuerdan. 

Pues bien, ellos han regresado. Los llamamos con alias para no decirles por su nombre, que no es otro que nuestra debilidad. Cada alias esconde la cobardía del estado, la modorra del gobernante.  

Nos miran altivos, soberbios, con sus caras deformadas de beber licor importado en la mitad de la selva y de mancillar niñas de 12 años. Ahítos ellos de poder grotesco, de imponer la “ley”, su ley, que es la del terror, y retando al estado, o a dos estados, como lo sabe Ecuador.

Se llaman guacho, o pelufo, o también otoniel, o el paisa.  ¿qué más da, cuando sus nombres no deben llevar, siquiera, mayúsculas? Ya nos dijo el gobernador de Antioquia: “Acá hay muchos guachos”

Estamos permitiendo que ellos nos miren a los ojos, otra vez, y altaneros e insolentes, nos quiten las ganas de seguir viviendo. 

Serán ellos o nosotros.

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