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Hilos azules
El tejido de las abuelas de los recuerdos efímeros. 
Lunes, 31 de Agosto de 2020

Las abuelas tupían los retazos de la vida que iba pasando y, así, deslizaban los hilos por sus costuras, como si en el envés y revés de sus manos, bordaran trocitos de cada uno de aquellos a quienes amaban.

Eran de colores las cosas entonces, bonitas, felices de ser muy sencillas, porque tenían el sello ingenuo de la naturaleza añadido a su gracia, a la sombra de las menudencias de un tiempo que se medía en horas largas, colgadas de un antiguo reloj marrón -de pared- que tocaba campanadas.

Había jardines, matas abundantes, gotas de agua titilando en sus hojas, sonrisas de flores, pájaros, niños que eran niños más años y un silencio alargado de crepúsculo en las tardes soñadoras de las familias, reunidas en los frentes de las casas a conversar y tomar el fresco.

Y los padres sabían que era un deber conservar el orden y, los hijos, que era imprescindible corresponderles, en una sucesión maravillosa de ilusiones que se trasmitían de una generación a otra.

Las niñas tocaban el piano en las salas de los caserones y aprendían a tejer, a hacer dulces de platico, a tocar castañuelas, a hacerse lindas trenzas y a saberse excepcionales madres en potencia recibiendo la posta.

En las radiolas sonaba el eco de canciones románticas y las noticias -deliciosamente retrasadas- se escuchaban en enormes radios de tubo.

Luego, de seguro, llegaba el cartero y bullía la carrera de todos, la que anhelaba al ausente o, quizá, un amor que se asomara en cartas aromadas: todo finalizaba cuando el viejo sereno pitaba anunciando la noche. 

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