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La estación de paso
El repaso de la vida contempla fases definidas en torno las ilusiones vigentes.
Miércoles, 13 de Diciembre de 2017

Los sueños no se acaban, de seguro: caen en la bondad del pensamiento cuando se pregunta por ellos a Dios, y caben en el hueco de las manos que se voltean hacia el universo para bendecir la existencia. A veces son hilos de luz, de agua o de soledad, los que conducen a ellos.

Entonces despuntan las gotas amables que deja caer el recuerdo en las sombras para disiparlas y hacerlas nítidas, otra vez; son exaltaciones del espíritu que pueden forjar confianza, sustituir decepciones, desalojar las tristezas malas, porque las hay buenas -y muchas-. 

El repaso de la vida contempla fases definidas en torno las ilusiones vigentes y a la expectativa de lo que puede ocurrir si uno se cuelga de los gajos del destino, de lo que amó o aún ama, de lo que sintió perder en cualquiera de las instancias en que sucumbió, o, de la fortaleza que otorga el portentoso recurso de sus instantes de felicidad.

Si vence el miedo y saluda con reverencia a la mañana, si compone una  canción en su intimidad, si teje las hebras que salen de su nostalgia y anhela superarse con todas sus fuerzas, del fondo de la lejanía surgen las estelas de esperanza, la risa de las nubes, el rostro de los seres queridos, la magia de las cosas buenas que hizo en la vida y se vuelven soporte de la marcha que hay que acometer para alcanzar la huella que le va marcando el tiempo: entonces siente el abrazo del porvenir y se toma un café con él para sondear la añoranza de los tiempos bonitos.

De manera que la alegría de vivir se asemeja a una estación de paso, donde uno se sienta a ver el camino adelante, o atrás, para resolver esa sensación de fragilidad y vacío que se va acumulando en el alma.

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