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La frontera recalentada
Ese desplazamiento masivo de venezolanos es la expresión de insatisfacción colectiva.
Sábado, 2 de Febrero de 2019

Antes del arrogante y pendenciero portazo del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, como fue su decisión de cerrar la frontera de su nación con Colombia, ya se estaban estimulando desencuentros, con cierto ánimo de ruptura, contrario a los lazos históricos que se han tenido. Los proyectos y acuerdos de integración, que ofrecían posibilidades de fortalecimiento recíproco en el intercambio económico, el desarrollo social y la cooperación cultural, fueron sepultados, con olímpica subestimación de cuanto representaba todo ese potencial.

Entre Colombia y Venezuela, por la confusa visión de sus dirigentes, por los prejuicios y el embeleco de los ideologismos oxidados, se perdió la amistad entre los representantes de los poderes oficiales. Las buenas relaciones, que incluían un fluido comercio y generaban una dinámica fronteriza de utilidades bilaterales apreciables, se cortaron abruptamente. Se pasó a los discursos de insultos y el ambiente fronterizo se fue contaminado de desatinos e incertidumbres. El empeño de establecer barreras entre los dos pueblos, a pesar de la vecindad imborrable, se hizo predominante.

A todos esos escombros se agregó la avalancha de inmigrantes llegados de Venezuela, en una diáspora de proporciones cruciales.

Ese desplazamiento masivo de venezolanos es la expresión de insatisfacción colectiva. Es la búsqueda angustiada de un destino distinto al que ofrece el Gobierno, aunque parte de la población esté del lado de quienes controlan el poder. 

Y al vaivén de la pugna política, por las diferencias entre los gobiernos se está atizando la confrontación armada, lo cual se predica como posibilidad de una transición en Venezuela: la salida de Nicolás Maduro mediante procedimientos de fuerza. Y eso es violencia, contraria a la democracia. 

Los efectos de las provocaciones de parte de los venezolanos que manejan el aparato del Gobierno o que desde la oposición también asumen funciones de  mando, como es el caso del señor Guaidó, y de los extranjeros que apadrinan conspiraciones disfrazadas de “transición para el regreso a la democracia”, son leños que alimentan la hoguera en la zona fronteriza. Allí está el recalentamiento y en Cúcuta se siente o se padece cada día con mayor fuerza.

Lo dicho por el embajador de Colombia en Washington, Francisco Santos, durante su visita hace pocos días a La Parada, en Villa del Rosario, no es más que otra demagógica cortina para la distorsión de la realidad.

No conviene que la frontera sea convertida en escenario de la confrontación, cuando lo que se impone es fortalecerla como plataforma de desarrollo en beneficio de la comunidad binacional. La mejor ayuda a Venezuela no es disparar desde este territorio sino abrirlo como jurisdicción de emprendimientos en función de una integración que garantice resultados económicos, sociales y culturales de recíproco beneficio.

Para Venezuela lo que conviene es la democracia y no la presión de mercenarios o de cipayos. La tarea desde la frontera es alentar un proceso de convivencia, despojado de todo tipo de perturbaciones. En esto los sectores gremiales y académicos de uno u otro lado pueden hacer mucho.

Puntada

Ya es tiempo que con respecto al Catatumbo se pase de la mera intención a la ejecución de proyectos que generen las fortalezas en lo económico y promuevan desarrollos sociales y culturales efectivos. No más promesas, ni militarismo yermo.

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