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La mejor política social, una buena política económica
Es el camino que combina la reducción de la pobreza con el incremento de la inclusión social.
Sábado, 9 de Febrero de 2019

Esto dijo hace años Rodrigo Marín Bernal, un nombre que para los jóvenes nada significa, pero que tuvo desde su orilla conservadora, una posición política social y crítica. Viene a cuento a propósito del último informe de Oxfam, "Bienestar público o beneficio privado", sobre el incontenible y amenazante proceso mundial de concentración de ingresos y de riqueza, que sucede en medio de una marea también incontenible de corrupción y ante la mirada de unos gobiernos nacionales y organizaciones internacionales complacientes por no decir cómplices o simplemente impotentes, que dejan que las cosas sucedan. 

Superar la circunstancia presente reclama un estado, unos gobiernos que sin inmiscuirse directamente en la producción, no se trataría de un capitalismo de estado a lo chino, sean activos y efectivos en facilitar el reparto más social de esa riqueza. Para ello cuentan con dos importantes instrumentos de política pública de claro corte keynesiano. De una parte una política de finanzas públicas, con su doble faz de impuestos y de gasto público, que no solo le proporcione a los gobiernos los dineros suficientes para operar bajo el imperativo del equilibrio fiscal, sino que sean unos impuestos progresivos redistribuidores sociales de los ingresos generados en una producción concentrada, al financiar un gasto público social, especialmente en salud y educación, que disminuya de manera continuada la pobreza con lo cual le otorga una mayor estabilidad y cohesión a la estructura soco económica. 

Las cifras internacionales y nacionales y claramente las colombianas, muestran reducciones continuadas en la tributación de los estratos de ingresos superiores, para que estos, supuestamente, inviertan productivamente los dineros que deja de percibir el fisco, decisión que no suele darse; en contrapartida, el gobierno debe caerle a los ingresos laborales y al consumo, tributos regresivos y no progresivos. Los países exportadores de materias primas se ven favorecidos por coyunturas temporales de fuertes alzas de sus precios internacionales, que les permiten, como receptores de unos ingresos nuevos que no corresponden a un aumento en el valor de los impuestos de los contribuyentes nacionales, incrementar sustancialmente el monto de su gasto público social y reducir significativamente sus indicadores de pobreza. Fue lo que sucedió especialmente en América Latina en los últimos quince años, al constituirse en el motor de la caída de los índices de pobreza gracias a la política redistributiva que se pudo ejecutar, 
bandera principal del llamado Socialismo del siglo XXI latinoamericano. Se redujo entonces la pobreza y se mejoraron infraestructuras y servicios, a la par que se agravó la concentración del ingreso y la riqueza. Lo anterior también se dio en Colombia y Perú. Retrocedía la pobreza y avanzaba la concentración económica. 

Pero apareció el nubarrón del fin del boom de la lotería de los precios internacionales que, como todo boom, no era indefinido. Cayeron los precios internacionales y con ellos los ingresos extraordinarios del estado que no pudieron ser reemplazados por nuevos ingresos esos sí permanentes, que en sana lógica económica debían producir las inversiones realizadas con parte de esos ingresos extraordinarios para ampliar, fortalecer o diversificar la base productiva de las economías nacionales.

El otro instrumento de política keynesiana disponible, que le da origen al título de la columna, es la de una estrategia continuada y estructurada de empleo formal, en lo posible estable y justamente remunerado, con lo cual las personas dejan de estar excluidas de la dinámica económica y logran los niveles de autonomía necesarios para acceder a una vida digna, sin depender del favor público y generalmente político ni del rebusque en los márgenes de la vida económica. Es el camino que combina la reducción de la pobreza con el incremento de la inclusión social, abriéndole el camino a que esos sectores hoy excluidos, mañana puedan, con una clara política gubernamental, empezar a conformar el portafolio de inversiones de la familia, abriéndole una brecha a la cerrazón de la concentración de la riqueza, en la línea que hace muchos años sostiene la doctrina social cristiana de la cogestión y copropiedad de las empresas por los trabajadores, con sus tímidos avances en Alemania. Es hora de repensar y por qué no, de r
etomar el tema.

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