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Lilliput
A finales de los ochenta, con el fin del pacto cafetero, todo el panorama agrícola de Colombia cambió. 
Lunes, 29 de Enero de 2018

Tal vez sea la geografía la culpable que Colombia tenga un particular cariño hacia la escala pequeña. 

Colombia observó el florecimiento de la clase media en el siglo XIX. Esto, gracias a la producción cafetera en laderas con aguas que eran autosuficientes en pequeñas parcelas. El café, a diferencia de Brasil, nunca fue un latifundio en Colombia. Varios campesinos tuvieron tierras productivas en parcelas pequeñas y comenzaron a demandar diferentes bienes en gran cantidad, permitiendo el auge de pequeños negocios de textiles, alimentos y provisión para los cultivos. 

A finales de los ochenta, con el fin del pacto cafetero, todo el panorama agrícola de Colombia cambió. El país se inserta en el panorama internacional con otra droga: la cocaína. El espíritu aventurero del colombiano lo lleva a tener una masiva emigración hacia Estados Unidos y ese mismo espíritu integra a los emigrantes con los productores y comercializadores locales creando un negocio con muchos empleos en toda la cadena. El narcotraficante colombiano marcó un hito en la cultura del país. 

Estos dos fenómenos de agroindustria sucedieron por diferentes fuerzas en minifundios. El primero, el café fue eficiente por la condición de la naturaleza, la institucionalidad que logró y posteriormente por un cartel internacional que fijó los precios evitando que el mercado actuara. La cocaína tuvo el auge por la distorsión que crea la ilegalidad. La renta era tan alta que los costos logísticos absurdamente altos de la hoja de coca desde los llanos hasta las calles de Los Ángeles se cubrían sin problema. No es extraño que ahora la distribución se concentre ahora más cerca al mercado, en México.

Pero los grandes éxitos agrícolas tienen que ver con la escala. No necesariamente con grandes extensiones pero con los alcances de cadenas productivas. Chile tiene vínculos cercanos entre su visión de mercado y la calidad de los productos, con puertos eficientes y costos logísticos bajos. Brasil, hizo una revolución de su agroindustria integrando a inversionistas de riesgo a la parte agrícola en grandes extensiones. La mejor alternativa de desarrollo para el agricultor no es proteger el tamaño de su propiedad sino contar con la infraestructura y capital para poder coincidir en escala eficiente con otros productores que puedan enviar gran cantidad de bienes a lugares de consumo o procesamiento. Para hacer esto, en Colombia hay que franquear tres cordilleras. Por eso la gran prioridad para el campo es la infraestructura y la apertura a que las extensiones grandes de los llanos puedan ser explotadas por los más avezados y conocedores inversionistas. Colombia apenas comienza a explorar esta nueva frontera con una nueva institucionalidad con la ley de tierras. 

Ese cariño a lo pequeño, se extendió al transporte. Por muchos años tuvimos sistemas de transporte público urbanos muy ineficientes.  Afortunadamente, esto se ha remplazado por monopolios con escala. Pero mantenemos un sector terriblemente ineficiente en la carga urbana en donde todavía el transportador pequeño es rey. Otro sector en donde seguimos consintiendo lo ineficiente es el minero. El pequeño minero es visto como una artesanía a conservar sin permitirle que pueda integrarse con el capital. Mientras que en el sector petrolero se asignan áreas a los inversionistas más calificados para su explotación en el minero la reserva de áreas no ha podido pasar la prueba de legalidad, a pesar de varios intentos. Para lograr vencer el cariño exaltado a la pequeñez parece que deben pasar ciclos casi que históricos. 

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