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“Los sueños electrónicos”
Ahora que han  pasado más de cincuenta años, los sueños electrónicos han dado paso a la “fiebre electrónica”.
Martes, 23 de Julio de 2019

Desde la llegada de los primeros receptores de radio a la  ciudad se produjeron  hechos ‘macondianos’ como buscar a los  locutores dentro de los enormes aparatos y como era  lógico,  solo las  familias  adineradas podían traer los novedosos equipos electrónicos a  través del  cable aéreo.

A mediados de la década  de los 50, del siglo pasado, un  gran número de ‘curiosos’, o,   ‘noveleros’, hacían fila en el  antiguo parque de Santander para escuchar las voces o la música que se desprendían de los  fantásticos radios.

En ese tiempo se pusieron  de  moda los picós, no como los que usan en  la costa  Atlántica, sino unos aparatos  hechizos que los armaban con los receptores, tocadiscos y cornetas (amplificadores). Hubo personas  especializadas en amenizar las fiestas familiares con sus vetustos equipos y obviamente, cobraban por horas y colocaban  la música que estaba de moda.

En el barrio El  Palomar, a  finales de 1968, en el elevado sector ubicado en el  centro oriente, las canciones del  recién coronado primer rey vallenato,  Gilberto  Alejandro Durán  Díaz, ‘Joselina’ y ‘El  martillo’, se escuchaban  frecuentemente en la  radiola que le compró la familia Navarro Cantillo al exalcalde Yebrail Hadad Salcedo.

Cuando el hijo mayor,  Alonso, regresaba de Barranquilla, donde residía, la música caribeña se difundía por el tradicional  sector, como la de los puertorriqueños  Richie  Ray y Boby Cruz, especialmente  “El  seis  chorreao”,  que  sonó durante  el diciembre de ese año.

Con los primeros televisores, que  llegaron en esta misma década, aconteció  algo similar, no por la inocencia de los teleobservadores pero sí por las serias  dificultades económicas para acceder a  alguno de ellos, porque relativamente eran  más costosos que los radios, de tal manera que solo los prósperos comerciantes estaban en condiciones de traerlos de otras ciudades.

Cursaba el cuarto de primaria en la  escuela Simón Bolívar, en 1965,  pleno centro, cuando  el compañero de clases Simeón Quintero nos invitó al  hotel Carola, en el sector del mercado, que era de sus padres, a ver televisión, que para Víctor  Suárez, Aliro Cantillo, Alfonso  Acosta  y  yo, era un sueño o una fantasía. 

Desde el primer momento quedamos atrapados por el moderno medio de  comunicación y desde el distante barrio  La Piñuela, tomábamos como pretexto cualquier tarea para acudir a la casa de  nuestro  amigo a observar la  famosa  serie norteamericana  “El  Santo”.

Cinco  años  después, en la  misma casa  donde sonaba la estereofónica radiola, desde  la  capital del  Atlántico trajeron un  televisor,  lo mismo  que en  la de Carmito García, que  se  lo envió  un  hijo  que  tenía  en Medellín. En  esta  última, los  niños y  adolescentes  de la  época hacían  fila  para  que  los  dejaran  entrar para  ver  televisión  y  no  faltaban  los  empujones  y el desorden de  los indisciplinados  telespectadores.

El alunizaje de Neil Armstrong y Michael Aldrin  el  20  de  julio de 1969 lo vimos en la primera  de estas  viviendas. La  casa  se  llenó   esa  noche  de tanta  fantasía con mi mamá,  la  tía  Otilia y varios  de  mis  hermanos ,primos  y  por  supuesto  los  anfitriones. De  manera  atenta y sorprendida veíamos a los  dos  astronautas  gringos saltar  como  canguros por  el  suelo desértico de la  luna y las  conjeturas y dudas  abundaban,  hasta  el  punto  de  afirmar que no  era  cierto lo  que  veíamos.¿ Un  montaje?

En pleno mundial de México setenta,  en  el  barrio compraron televisores en las  familias  Rozo Alsina  y León Peñaranda,  respectivamente. Primera  vez en mi  vida que vería  un partido por  televisión  en  vivo y  directo. En la  primera  de  ellas y en  medio de  la emoción del partido  entre  Brasil  y Checoslovaquia, una  mujer  altanera apagó  el  aparato aduciendo  que  iba  a  barrer. Con  rabia e  impotencia salí  con  mis  compañeros y nos  acogieron en  la  otra  casa,  en  la  que  nos  permitieron  ver  todo el  mundial  hasta  cuando el  Rey  Pelé alzó la  copa  Jules Rimet en  el  estadio  Azteca.

Ahora que  han  pasado  más  de  cincuenta  años, los  sueños electrónicos  han  dado  paso a  la  “fiebre electrónica”, ahora  no  solo  los  ricos  o  pudientes tienen aparatos  de  radio,  de  sonido  o  televisión, en las viviendas  más humildes de Ocaña  y  la  región  no  faltan  ellos,  por  el  contrario,  abundan.        

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