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¡Mermelada, memelada!
Hubo prácticas aviesas como los “auxilios parlamentarios”, incorporados con buena intención en la reforma constitucional de 1968.
Sábado, 15 de Septiembre de 2018

Hace varios lustros, un tiempo que los jóvenes no vivieron, los colombianos clamaban para que la “clase política” interpretara las aspiraciones de la mayoría ciudadanía que no se veía representada en las elecciones. Parecía que los políticos se hubieran adueñado del Estado para su beneficio.

Hubo prácticas aviesas como los “auxilios parlamentarios”, incorporados con buena intención en la reforma constitucional de 1968 que le quitó al Congreso la iniciativa del gasto y abrió en el presupuesto nacional unos cupos para que los congresistas asignaran partidas a inversiones regionales. Pero, ese sistema se pervirtió porque, con el tiempo, casi todos idearon trasladar esas partidas a entidades sin ánimo de lucro, -“fundaciones”-, que el congresista benefactor manejaba a su antojo.

Se criticaba que la elección del Presidente dependía de los políticos porque se hacía simultáneamente con la de cuerpos colegiados. Igualmente, que funcionarios públicos, como alcaldes y gobernadores, eran cuotas políticas que sólo servían los intereses de sus patrocinadores.

En fin, éstos y otros severos reparos fueron recogidos en la Constitución de 1991 para que el país se gobernara dentro de una democracia participativa. Pero, algunos Presidentes afanados por lograr mayorías en el Congreso -compuesto por individualidades políticas-, volvieron a usar sistemas parecidos a los malhadados auxilios. 

El caso más insólito es el del señor Juan Manuel Santos, quien habiendo recibido el país con una economía boyante y unas cómodas mayorías parlamentarias, cayó en las más aberrantes prácticas clientelistas otorgando a los congresistas de su coalición “cupos indicativos” del presupuestos para que los manejaran a su antojo, y les entregó casi todos los organismos del gobierno para que los saquearan sin reato. ¿Cuál era su intención?

Pocas veces un mandatario ha propiciado la corrupción de una manera tan desvergonzada, tanto que llegó a viciar su propia reelección presidencial.

El Presidente Iván Duque, que a diferencia de su antecesor recibió un país arruinado y tomado por el narcotráfico, inició su gobierno con una visión fresca de la política bajo la premisa de que el Congreso y el Gobierno debían cumplir sus funciones con independencia y mutuo respeto. 

Ha nombrado a sus funcionarios con plena autonomía consultando la capacidad, la trayectoria y la idoneidad para cumplir los planes del gobierno, y no con criterio politiquero. En cuanto a las designaciones que hace el Congreso ha guardado total imparcialidad sin influir abierta o soterradamente para favorecer o vetar a nadie.

Pero, muchos periodistas consideran demasiado ingenuo al Presidente Duque porque creen que sin la “mermelada” no podrá lograr la aprobación de sus leyes ni impulsar su programa de gobierno. 

Es asombroso que hoy, cuando el Presidente quiere gobernar sin los vicios de la politiquería, muchos medios, en lugar de ayudar a que la opinión pública apoye ese difícil propósito – como sí se hubiera hecho en otra época -, se ensañen en criticar su actitud, escudriñar cada acto para hallarle algún yerro, propiciar el ataque a sus funcionarios, e insistan en que la “gobernabilidad” sólo se logra comprando al Congreso y repartiendo dádivas. ¿Será que también añoran la “mermelada”?

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