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Museo de la Memoria
Sí. Tanta violencia e indiferencia nos ha hecho inmunes frente al dolor.
Jueves, 3 de Mayo de 2018

Ahogados por tanta información de las campañas presidenciales, pasó casi desapercibido un hecho trascendental para el país: la propuesta que exhibió el Centro Nacional de memoria Histórica en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Esta exposición buscó visibilizar los avances de la futura edificación de lo que en 2020 será el Museo de Memoria Histórica de Colombia. Bien lo describe Daniel Ferreira el pasado primero de mayo en El Espectador: “en un museo de memoria histórica no entras a mirar. Entras para ser interpelado”. Y así es…

Los museos de memoria nos obligan a sentir lo que por fortuna no experimentamos en carne propia. El Museo de la Paz de Gernika, por ejemplo, cuenta con una sala en la que se simula el bombardeo de 1937 durante la guerra civil española. Cuando se ingresa al espacio las luces se apagan, el silencio se amplifica y, cuando todo está en calma, empieza la representación del suceso: retumban los sonidos de las bombas, las fuertes luces permiten imaginar los visto en el momento, los llantos de los niños posibilitan vivir el pánico de las víctimas…

En el Kigali Genocide Memorial, el lugar donde se hace honor a las víctimas del genocidio de Ruanda, la primera frase que se lee en el pasillo de la entrada interpela, en palabras de Ferreira, hasta al visitante más desprevenido: “si me hubieras conocido y realmente te hubieras conocido, no me habrías matado”. Esta cita, de Felicien Ntagengwa, abre el recorrido a una exposición que permite comprender las causas y consecuencias del genocidio. En el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile, dedicado a conmemorar a las víctimas de la dictadura, la música y el arte son protagonistas: audios de canciones inéditas de Víctor Jara, asesinado en 1973, permiten sentir la nostalgia del momento; el dolor; la opresión. 

Cito estos ejemplos porque a pesar de no haber vivido ninguno de estos conflictos, las experiencias en dichos museos me permitieron sentir la muerte de cerca; el dolor de cerca.. y cuando sentimos cerca, investigamos más; comprendemos más; imaginamos más; imaginamos para pensar cuál puede ser nuestro aporte, por pequeño que sea, para evitar más violencia. Aquí lo experimentaremos de otra forma porque como lo afirmó la curadora de la exposición en la Feria del Libro, Cristina Lleras, “cada conflicto necesita su propio relato”.

Sí. Tanta violencia e indiferencia nos ha hecho inmunes frente al dolor. Incluso, como sostienen muchos, existe el derecho al olvido; a no exponernos a más relatos e imágenes que nos recuerden lo vivido. Sin embargo, imagino a mucha gente interpelada en este, el Museo de memoria Histórica de Colombia. Cuando pasen los años, las décadas, este será un espacio más que nos permita comprender que mucho de lo que somos ha muerto con las víctimas de nuestra violencia. La diversidad, el diálogo, la búsqueda de la justicia, la esperanza… mucho de lo que somos ha muerto en esta guerra, y tenemos que aceptarlo para poder renacer y sembrar. Sembrar y renacer.

El documental “no hubo tiempo para la tristeza” producido en 2013 por el Centro Nacional de memoria Histórica, al momento de redactar esta columna, sólo cuenta con 549.879 visualizaciones en YouTube. Sin embargo, por pocas que sean, son algo. Los esfuerzos de memoria son casi invisibles porque a nadie parece importarle, pero conozco casos de jóvenes que, al ver este documental, se han  interesado en el tema y han iniciado acciones de memoria y transformación social. Jóvenes que, en sus ciudades y en la comodidad de sus hogares, desconocían todo el dolor que se ha vivido en Colombia. 

Nos ahogamos en promesas de campañas políticas, en memes, en fútbol, pero olvidamos parte de lo que somos; parte de lo que ha muerto de nosotros mismos. El Museo es un nuevo llamado a la vida, el museo es parte de nuestra memoria.

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