La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Negro, cerrero y caliente
El café debe ser cerrero, sin dulce. Sin embargo, mi mamá lo hacía de una vez con panela.
Lunes, 20 de Enero de 2020

No hablo de ningún costeño, sino del café. Me gusta bien negro, es decir, con bastante café. Cuando quiero aguamiel, pido aguamiel. Pero si pido café, debe ser café, cargado, ojalá con una cucharada de más. Entre otras cosas, los negros me caen muy bien: Cicerón, Julio Aníbal, Ulises, Pedro Cuadro (q.e.p.d.), y las negras, no se diga. No las nombro, para que no se agarren entre ellas a mechonazos.  Dicen que las negras son bastante celosas.

Vuelvo al café. Al doctor Pablo Emilio Ramírez Calderón le escuché decir que el café debe ser negro como la noche y amargo como el amor. Los mamadores de gallo lo prefieren caliente,  como lengua de suegra. Eso dicen. O como el infierno. Yo en eso ni lo meto ni lo saco, porque el infierno no lo conozco y espero no conocerlo, y las suegras siempre me han querido mucho. A veces más que las muchachas.

Pero sí prefiero el café caliente, al café  frío. En algunas partes lo venden frío, sacado de la nevera. Para eso, mejor pedir un helado de café. En Las Mercedes de mi infancia a los helados no les decíamos helados, sino pocicles. Pero no vendían pocicles de café, sino de agua con una cucharadita de leche klim.

Cuando la mujer amanece con la piyama al revés (si es que usa piyama), al pobre marido le sirve el desayuno con  café frío como babas de perro  o  como besos de boba.  No sé cómo serán los besos de boba ni las babas de perro, porque ni he besado bobas, ni he besado perros. Es que digo lo que escucho.

Debe ser muy jarto besar bobas, no por lo bobas, sino por lo frías. Porque los amores deben ser calientes como el café mañanero. En el amor y en el café no vale nada frío. Recuerdo el poema A Solas, de Ismael Enrique Arciniegas, que termina: “Hace tiempo se fue la primavera/ llegó el invierno fúnebre y sombrío/, ave fue nuestro amor, ave viajera/ y las aves se van cuando hace frío”.

El café debe ser cerrero, sin dulce. Sin embargo, mi mamá lo hacía de una vez con panela: Ponía la ollita de aluminio con agua y un pedacito de panela, sobre las tres piedras del fogón de leña. Cuando el agua hervía, le echaba  tres cucharadas rebosantes de café, del mismo que ella tostaba en un perol grande, y que yo molía en un viejo molino Corona, salido de no sé dónde.

Muchos años después, la diabetes me obligó a tomarlo sin dulce, difícil al comienzo, pero luego uno se acostumbra: Amargo como una traición, dicen los arrieros; amargo como la soledad, dicen los poetas. Pero los hombres somos animales de costumbres: a todo nos acostumbramos. Creo que las mujeres también.

Aseguran algunos, con ínfulas de científicos, que el café es dañino, que por ser bebida negra causa daño, que produce insomnio, que acorta la vida. Mentiras. Mi abuelo, Cleto Ardila, vivió hasta los 104 años. Cuando le celebramos los 100, con un montón de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, bailó, tomó café en lugar de cerveza, y feliz de la vida. Entonces lo entrevisté: Nono, yo quiero llegar como usted a los 100 años, alegre, sano y feliz. ¿Cuál es el secreto? Sonrió y  me dijo: Mijo, son tres secretos:  Vivir solo para que nadie le joda a uno la vida ni le dé cantaleta todo el día. Y segundo, tomar mucho café. 

El viejo se levantaba a las cinco de la mañana, hacía café en una jarrita que todo el día dejaba entre las brasas, de modo que en vez de agua tomaba café caliente. Por las noches, se fumaba un tabaco y se tomaba un café, antes de acostarse en su hamaca. Jamás sufrió de insomnio. 

Eso era de lunes a viernes. Los sábados, de noche, cuando apagaban la luz y en las calles sólo se escuchaba el ladrido de los perros, llegaba Carmelita, atravesando solares y cercas ajenas. Como en las hamacas se dificultan ciertas actividades amatorias, buscaban la cama, cerraban el toldillo para sacarles el quite a los zancudos, y hasta el otro día. Con el alba, Carmelita se levantaba, le dejaba el café preparado y de nuevo emprendía su regreso por las trochas de los amores clandestinos. Ese era su tercer secreto para alargar la vida. Mis primos, que le pedían la bendición a Carmelita y la llamaban nonita, dicen que también toman mucho café. Lo demás no lo cuentan.

gusgomar@hotmail.com

Temas del Día