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No me extrañé
Las Farc, viendo que las instituciones que tanto combatieron efectivamente estaban podridas, van ganando adeptos.
Miércoles, 30 de Agosto de 2017

¿Dolor? sí. ¿Sorpresa? No. Desde que entré, hace ya bastantes años, a la facultad de Derecho de la Javeriana oí, en los pasillos, la famosa historia de que en las cortes, “en las altas cortes”  decían, se cobraba dinero, que iba a parar a los bolsillos de los magistrados, para acomodar los fallos.

Pensé, me ilusioné, con que fuera un rumor. Un chisme, una anécdota más de la ficción que de la realidad.

Me gradué, y empecé a litigar. Y el rumor crecía. Ya era un sonido fuerte, que desconcentraba. Veía en los puestos a los “recomendados”. Incluso, alguna vez, ya desempeñándome como fiscal, me dijeron que me fijara en quienes ocupaban los cargos altos de la Fiscalía, que mirara bien, porque estaban ocupados por mujeres bonitas. ¡Qué coincidencia! 

Mi tarjeta de abogado fue envejeciendo, y el rumor que escuché ya era un sonido fuerte, duro, que me ensordecía a ratos.

Todo parecía indicar que sí, que ser magistrado valía dinero; como si fueran taxis los cupos para esas cortes, “las altas cortes”, tocaba pagar. Me lo confirmó un gran abogado, que muy adolorido y molesto como contó cómo llegó a su despacho un abogado que le pidió una cuota, como si de una vaca o colecta se tratara. Entre varios abogados debían dar mil millones, y con ese dinero el ilustre abogado se hacía al cargo de magistrado, que después pagaba con sentencias torcidas en favor de los aportantes.

Le pregunté a mi amigo por qué no denunciaba. Me dijo lo que todos dicen. “¿Para qué, si acá no pasa nada?”.

Y no pasó nada por años, por décadas.

Historias como la de mi amigo han sido varias: Que una casación, para que salga, debe ser llevada por un amigote del magistrado. Que la tutela, para que sea seleccionada, debe llevar una cifra en dólares que la respalde, que la apelación debe ser respaldada por algún pago.

Con el tiempo el rumor se volvió certeza, y la certeza cedió el paso al dolor. Ese dolor que sentimos los abogados cuando nos dicen, medio en serio medo en broma, que todos somos iguales, que nos dejamos comprar al mejor postor.

Esa certeza se volvió pesadilla cuando la semana pasada, en inglés, nos llegaron las noticias de que la Sala Penal de la Corte, la suprema corte, parecía un mercado persa antes que un tribunal de justicia.

¡Ahí están, esos son, los que roban la Nación!

Y mientras tanto, las Farc, viendo que las instituciones que tanto combatieron efectivamente estaban podridas, van ganando adeptos.

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