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En el remezón provocado por el COVID-19, cuya dimensión todavía es difícil establecer, quedan situaciones de desolación desgarradoras.
Domingo, 3 de Mayo de 2020

La cuarentena que se está padeciendo es una dura prueba para todos. No se trata solamente del temor que infunde la posibilidad de ser permeados por el virus y sucumbir a sus estragos, sino también de perder soportes consolidados para la travesía de la existencia. Se han diezmado recursos en cuantía considerable, pero también ha quedado en evidencia la extremada pobreza de muchos y las condiciones vulnerables de un alto porcentaje de la población mundial debido a un reparto sin equidad de los bienes que debieran satisfacer holgadamente sus necesidades esenciales en un nivel de unidad y solidaridad.

Esta pandemia, sin duda, ha llevado a la humanidad al reconocimiento de carencias abrumadoras. No obstante la riqueza acaparada por quienes manejan el poderoso sistema capitalista y los innegables desarrollos científicos, con un caudaloso y dinámico conocimiento, hay debilidad en ciertas estructuras que se tienen como soporte de la vida de todos.  Hay  fragilidad en el campo de la salud y son deleznables las políticas de Estado para garantizar la protección de derechos y evitar abusos de poder que propician prácticas tan desmedidas como la corrupción y la violencia, que son expresiones de opresión, en detrimento de la libertad y la dignidad inherentes a todo ser humano.

En el remezón provocado por el COVID-19, cuya dimensión todavía es difícil establecer, quedan situaciones de desolación desgarradoras. El aislamiento social es una resta sensible en la interacción presencial. Se pierde la cercanía calurosa que es armonía. Se impone como un protocolo para la preservación de la salud, pero deja un vacío y obliga a una separación forzada en detrimento de querencias que le han puesto goce y dulzura a las relaciones entre las personas. Es una forma de aridecer el regocijo que suscita el contacto de los sentidos y la voz.

En este inventario de secuelas de la pandemia son diversas las situaciones acumuladas. Muchas abruptas, desgarradoras, desoladoras. Otras abren nuevas posibilidades, o trazan un cambio de rumbo, ante lo cual hay que tomar decisiones, a fin de superar los resquebrajamientos dejados por el colapso de la peste.  Todo en conjunto impone reflexiones a fin de que esa concurrencia no se convierta en una carga negativa y en cambio sirva para encontrar los recursos requeridos destinados a fortalecer las condiciones de vida de la humanidad en términos de seguridad aplicada a una existencia articulada a la dignidad de la existencia.

Entre las experiencias de la emergencia todavía vigente está una muy sentida. Corresponde al periódico La Opinión. Su receso como medio impreso permitió medir su valor como patrimonio de la región. La falta del periódico impreso fue un vacío visible, sin que ello demerite la versión digital. Se pudo establecer la medida de su fuerza comunicadora, de cuanto representa para sus lectores y la comunidad en general, por cuanto aporta a sus vidas en información veraz y comprensión de los hechos. Es todo un tejido en que se traza la realidad cotidiana con la solvencia de la certeza que aparta de la distorsión.

Pero La Opinión impresa volvió para seguir alumbrando.

Puntada

A pesar de la emergencia generada por el Coronavirus hay funcionarios que se aferran a la picardía. Están hechos para esa mezquindad y condenados a tal desgracia.

ciceronflorezm@gmail.com

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