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¿Será el Apocalipsis?
Hay que obrar pensando primero en San José de Cúcuta y después en los cantos de sirena que vienen de otra parte.
Lunes, 29 de Abril de 2019

Decía una señora aduciendo autoridad papal que los cucuteños vivían de los venezolanos. Para probarlo mostraba señalando con el índice la afluencia innúmera de lo que eran sus compatriotas. En efecto marejada humana azota calles, avenidas, parques, barrios, hasta donde llegan los linderos de la ciudad.  Sobre todo, en el sector de la Sexta y los almacenes que allí pululan es casi indecible todo el conflicto de oferta y demanda que se forma. Gente buscando el alimento elemental, los fármacos de su cura, el trasporte que los lleve a donde desean. Todo en grandes cantidades especialmente en dulces preguntándose los observadores que sucéde. Las farmacias no dan abasto vendiendo genéricos.

Se comenta que están ya escaseando para los que ayer no más eran los dueños de la plaza. Claro está que el dinero de las comparas entra a las arcas de los vendedores que por lo general no son cucuteños. De manera tal que las ganancias son enviadas a las casas matrices que funcionan en Medellín, Bogotá, Barranquilla, Cali. Aquí quedan los residuos para pagar el desgaste del pueblo. Se puede decir que la ciudad no avanza con esto, por el contrario, se degrada. Es casi el mismo cuento de la bonanza venezolana de los años 80 cuando los capitales se fueron y aquí solo quedo el recuerdo de una prosperidad que en nada la sacó de su atraso. 

Entonces ese pretendido enriquecimiento del cucuteño no es cierto. Los pesos que pudieran quedar en nada compensa su miseria. El compromiso urbanístico es grande reflejado en parques y calles convertidos en residencias con las falencias que esto supone. Las aceras son intransitables y en los sectores del mercado se ha tomado ya las calles, con sus mercancías. Toda esta gran compra de chucherías de nada sirve. El uso que pretenden con altanería de los centros asistenciales se convierte en la pobre atención que se dá. Los dineros que dicen enviarse no aparecen en los caminos de la burocracia mientras los servidores leales del hospital, por ejemplo, hacen esfuerzos para dar la salud y para mantener vigente el Erasmo Meoz. Un fenómeno que habrá de analizarse es la sensación que embarga al cucuteño de calle que fue vencido sin luchar. Siente la nostalgia de la ciudad de ayer que a pesar de sus limitaciones era espacio para convivir y ser feliz. 

La ciudad está mal así deben reconocerlo los dueños de ella, los que la administran y dirigen. Hay que obrar pensando primero en San José de Cúcuta y después en los cantos de sirena que vienen de otra parte. Las famosas ayudas del gobierno central son precarias y en vez de solucionar agrandan el problema. A propósito, es bueno preguntarse qué entidades las manejan, a quien se rinden cuentas, si existen ONG, y si cumplen el cometido que se busca.  Mucho papeleo, mucho hablar por la radio y la televisión, mucho ir y venir, con extranjeros paseantes que vienen a pedir cuentas y a ofrecer humo.

En este estado lamentable San José de Cúcuta espera indefensa la solución que se dará en Venezuela pensado siempre que no puede convertirse en parte de un conflicto en el que no tiene arte ni parte.  No se explica cómo fue enredada y pensar que unos intonsos cucuteños quieran entrar en un conflicto sin pensar que puede ser su final. No es el apocalipsis, pero puede llegar a serlo si no se mira con realismo lo que sucede. La ciudad no puede naufragar en la inseguridad jamás conocida. Asusta ser derrotados por esta infamia que destruye ilusiones y vidas. Que no sea inútil invitar a pensar en San José de Cúcuta. 

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