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Una cobra en el jardín
La respuesta fue negativa porque en la India sí se les respetan sus derechos humanos a los animales. 
Sábado, 29 de Diciembre de 2018

El día transcurre sin prisa en la embajada de Colombia en Delhi, la capital de la India milenaria, donde el embajador David Sánchez Juliao sueña con carimañolas, arroz con coco, sancocho costeño “trifásico” o con una exquisita butifarra de Soledad, Atlántico. 

El escritor piensa en los cheques que le habrán consignado últimamente sus editores por libros, casetes vendidos y cedés; por concepto de telenovelas exportadas, o por columnas para diarios colombianos. 

Para matar el tiempo que en la diplomacia anda treinta segundos más despacio por minuto, el fabulista de Lorica recuerda incrédulo la vez que desde una oficina de la cancillería en Bogotá llamaron a un antecesor suyo en India a preguntarle si desde ese país se podían importar gallos de pelea que fueran capaces de enojarse contra “colegas” bípedos colombianos. 

La respuesta fue negativa porque en la India sí se les respetan sus derechos humanos a los animales. 

El asunto es tan delicado que para matar un zancudo, por ejemplo, es necesario esperar a que éste se indigeste con la sangre que ha tomado en préstamo de algún banco de sangre personal. O llevarlo hasta la frontera con Pakistán para matarlo allí de un sonoro aplauso en las costillas. 

En su soledad diplomática huérfana de caribes ruidosos y de almidonados o lanudos cachacos, Sánchez Juliao tiene fresca en su memoria de literato la primera conversación que tuvo con un gurú que se presentó en la embajada. 

Desde sus ojos hechos para el asombro cotidiano, “El Pachanga” Sánchez Juliao asumió que estaba frente a un santón indio, seguidor de Paramahansa Yogananda, el gurú que trasplantó el yoga a la cultura occidental. 

El asombro de Sánchez Juliao creció cuando escuchó que su interlocutor le decía: “Ajá, a mí me puedes llamar Zuleta-nanda, cuadro”. 

Descubrió así que hablaba con un paisano suyo que había emigrado a la India en busca de los vientos alisios del espíritu y que ahora se sentaba en la incómoda posición de la flor de loto con la misma facilidad con la que en Colombia se fabrica un chanchullo. 

El de Lorica comprobó en carne propia la definición de embajador en la India que dio un antecesor suyo, Antonio Izquierdo Dávila: embajador es el tipo con el mejor trago del mundo en su repleto bar pero que no tiene con quién bebérselo…

En esas y otras elucubraciones en la tierra donde se inventó el ajedrez, suena el teléfono que en ese país habla el mismo idioma que en Colombia: el cacofónico rrriiinnnggg. 

Una vez al habla, el diplomático descubre que quien lo arrebata de sus sueños sin IVA es su vecino el señor Embajador de Mauricio, quien le notifica en inglés: “Embajador, hay una cobra en su jardín”. 

Hombre de decisiones rápidas pese a su bigote libidinoso, clonado del de su doble el notorio exnotario Óscar Alarcón, el pragmático funcionario celebra que no sea un elefante lo que “pasta” en su jardín, y a continuación piensa en una solución por la vía rápida para acabar con el ofidio: un machetazo certero y vamonós, como dijo el Libertador camino del olvido. 

De tanto encontrarse en los cocteles y de evitarse en la calle, los embajadores terminan por leerse el pensamiento vía telepática. Por eso, Sánchez Juliao no se sorprendió cuando su vecino le recordó por el teléfono que la no violencia que tanto proclamó el Mahtma Gandhi se extiende a los animales. 

En otras centésimas de segundo, Sánchez Juliao pensó en llamar a Noemí, la Bella, a la sazón ministra de asuntos exteriores, para solicitarle instrucciones y de paso implorar que le enviaran su dosis personal de carimañolas, butifarras, algunas libras de carne para evadir la férrea dieta india que la restringe, y cambio de embajada por una con menos “culebras”, claro. 

El señor Embajador de la Isla Mauricio vuelve a interrumpirlo para hacerle a su colega una sugerencia “de veras iluminante”: en vez del uso de la fuerza bruta, la solución es buscar un encantador de serpientes que capture al ofidio legendario que “pasta” en su jardín. 

Y cuelga el teléfono, dejando al autor de “Pero sigo siendo el rey”, en la soledad de la cobra en compañía. Felizmente, el creador del Pachanga reaccionó bien: Por orden suya, un subalterno indio buscó un encantador de serpientes en las páginas amarillas del directorio telefónico. 

El encantador contratado vino en cuestión de segundos, y empezó a tocar la flauta, al ritmo de la cual logró que la enhiesta cobra pasara del jardín al cajón. Era la primera vez que Sánchez pagaba una cuenta en cobra, porque el encantador no exigió dinero adicional. Una cobra es suficiente paga. 

Los amigos de Sánchez Juliao se preguntan si la solución dada al episodio de la cobra en el jardín de la embajada, sin instrucciones de la cancillera Noemí, la llevó a nombrarle como sucesora a una bella manizaleña, de la que el diplomático resultó perdidamente enamorado aunque “todos nos llega tarde, hasta Carmencita Jaramillo”, según dijo. 

Sánchez Juliao, se casaría por cuarta vez... pero con una francesa, siguiendo instrucciones de un editor español que le aconsejó: “Cher Nonsieur: cada vez que edites un libro, cásate de nuevo. Así aumentarás el tiraje! Voilá!”. 

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