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Columnistas
Vientos de guerra
Están soplando vientos de guerra entre dos hermanos, Colombia y Venezuela.
Sábado, 28 de Septiembre de 2019

Como en la época en que se iniciaron la segunda guerra mundial y otros enfrentamientos bélicos, en este momento están soplando vientos de guerra entre dos hermanos, Colombia y Venezuela, debido a la enemistad de los gobernantes de los dos países y al interés del “big brother”, los Estados Unidos, en erradicar del continente otro régimen comunista, copia de Cuba y satélite de rusos y chinos.

Se han visto y oído toda clase de provocaciones y ataques de lado y lado, que han incluido el despliegue de tropas y cohetes y honores de jefe de estado al disidente que ha sido reconocido por 52 naciones como el legítimo mandatario de los venezolanos, título que proviene de la decisión de los gobiernos derechistas de todo el mundo, que consideran al presidente Nicolás Maduro, antiguo chofer de bus, como un aspirante a dictador, uno más en la historia de Venezuela, que ha tenido, desde la independencia, a varios sátrapas en la Presidencia. 

Es la segunda vez en la historia de las dos naciones que se enfrenta como gatos y perros. La primera fue cuando un barco colombiano de guerra ingresó al Golfo de Maracaibo y el mandatario venezolano del momento amenazó con hundirlo. Afortunadamente no pasó a mayores el problema, que ha podido ser la cuota inicial de la guerra entre las dos naciones vecinas, que formaron la Gran Colombia, que se disolvió por la ambición de general venezolano. 

La amistad entre las dos naciones ha estado marcada  por la diferencia económica: mientras Venezuela era rica, Colombia era pobre. Ahora ocurre lo contrario y millones de venezolanos recorren los caminos del continente buscando un mejor futuro, pues su país está en la total ruina hasta el punto de que la inflación supera el diez mil por ciento y no se consiguen drogas ni comida. Miles de inmigrantes piden limosna en las ciudades colombianas y hoy se consiguen hasta peluqueros y damiselas provenientes del vecino país. 

Se ha cumplido, inclusive, el deseo de un amigo desaparecido: tener una empleada doméstica, venezolana e indocumentada, para devolverle el favor a los Capriles, que nos odiaban y nos culpaban de todo lo malo.

La inmigración venezolana ha llegado al extremo de que Ecuador se ha visto obligado a cerrar la frontera. En Colombia, además de los tropiezos que ha originado recibir de un día para otro a millón y medio de personas, ha aparecido la xenofobia, que nunca se había sentido aquí. Como no ocurrió antes, se culpa a los extranjeros de todo lo malo, incluyendo el desempleo y la inseguridad. La diáspora venezolana no se había visto, ni siquiera en la época de violencia en Colombia. Sólo ocurre algo parecido en África, donde millones huyen de un país a otro por  las guerras y el hambre. 
Aquí nos va a tocar acostumbrarnos a ver inmigrantes extranjeros hasta el día en que regrese la democracia a Venezuela. Ojalá sea pronto.

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